miércoles, 23 de diciembre de 2009

Al amanecer

Cuando se filtraron los espacios oníricos entre las sábanas deslucidas, me atrapó un silencio que llevo colgado al cuello. Cuando las paredes de mi habitación se destiñeron convirtiendo el vacío en un blanco luminoso, dejó de enceguecerme el fulgor de la luz del sol.
Y aunque el ansia se va disipando convirtiendose en dulce fe, no necesito desesperanzarme llenando una hoja blanca con letras de furor y pánico, ni acallar cada pregunta imperiosa con un ruido paranoide y gutural. La piel es más elocuente.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Cielo de verano

Como cumpliendo el deseo infantil del niño que alguna vez fui, las nubes me ocultan de la inclemencia de un sol torpe y mezquino. con un pie descalzo en el césped, y otro pisando el cemento áspero, un viento sur me regala el mismo frescor que voy bebiendo, y lo voy escondiendo entre las tibiezas de mi memoria, para pensarlo y dejar de pensarlo por instantes, dejando que la penumbra dibuje en mi retina la última imagen de ese rostro temeroso y pensativo que me invita a tenderme entre los brazos de una ausencia minuciosa, saboreando con deleite el ansia.
En doce horas mutó el cielo, como un gesto afirmativo de la conclusión precisa del giro de las estaciones, y no hay extrañeza en estos signos, ni hay absurdo alguno en un verano sin estrellas, hay fulgores nocturnos y pluviosa furia contenida en un espacio tan pequeño como una sonrisa que nadie ve. Esa pequeña ventana hacia el infinito la voy arrastrando conmigo, y con el verbo conjugado en los tiempos raudos de tu presencia, lo convierto en una certeza aguda como las palabras que omites, y que adivino, y se desborda la infinitud por sobre los vacíos de lo perenne, como si el cántaro que te contiene no fuese suficiente. Y queda un rastro detrás de mi andar, que seguiré otra vez sin dudarlo, con ambos pies descalzos sobre el césped.

viernes, 11 de diciembre de 2009

En la cama

Espero un sonido que me despierte.
Y no hay nada.
Con el primer sorbo de los recuerdos me duele la cabeza, pero no soy cobarde.
Sería todo más fácil si creyera que lo sabías, pero la torpeza de tu ausencia me es imposible pensar que obedezca a un instinto sádico que a veces pareces intentar poseer.
Me sorprende la tarde con una náusea, pero debo seguir bebiéndote, quizás si me harto de ti en medio de los espasmos ya no quiera volver a sentir el sabor voluptuoso de la inconciencia.
Debería detenerme, aunque no hay nada que perder, un poco de tiempo más, quizás, una falsa esperanza, porque las falsas también son las últimas que se pierden.
Cuando el silencio se hace eterno, cuando la mañana se cierra sobre sí misma dejando apenas un resquicio de oscuridad dónde descansar la mirada, no hay otra cosa que la misma y espantosa mueca que has hecho tantas veces. No se porqué crei otra cosa, si era tan sencillo dejar que las palabras se rindieran dejando paso a la primitiva señal inequívoca de una omisión, o a la barbarie de una acción, un movimiento escapándose de entre la inmovilidad que acostumbro, dejando que se construyeran tantas imposturas, tanta vanidad típicamente humana, viendo perpetuidad donde solo hay una longeva e indecorosa senilidad.
Y para que todo se quiebre con un sencillo gesto instintivo, una bofetada animal.
Espero un sonido que me despierte, tu mano sacudiéndome el cráneo por última vez, para después volver a dormir.
Pero no hay nada.

Inerte

He dejado que una enfermedad sínica se vaya comiendo cada una de mis células, pero la mil veces maldita no me da el golpe de gracia.
Dando vueltas en círculos concéntricos, hartándome de polución, lavándome la cara con jugos gástricos, los días son imposibles y las noches duran más de diesiseis horas. Y vamos hundiendo la cara entre las sábanas avinagradas, que la hipocresía es signo de buen vivir, mientras nos envenenamos, oro en la mano, oro en la garganta. Es el bendito jarabe, remedio y cura, placebo inconsistente, incoherente, un poco de música, parco consuelo, un par de palabras de buena educación, que la alegría es mejor que cien píldoras.
La risa es como la etiqueta de un mal vino.
Hay ropa sucia mezclada con blancos hábitos, el agua sabe a orines, el tiempo se clava a la mitad de una semana, y mi cabeza es un espejo, a oscuras, mostrando siluetas, y una sonrisa blanca, brillante, burlándose de mis uñas negras.
Al final toda imagen es más debil que cualquier palabra. Los bufones tenían razón. No importa, si tengo hambre masticaré mis dedos.
Amargo epílogo que no acaba nunca, no estoy aferrado a una sobrevivencia estéril, no hay retorno sin viaje y ni un millón de frases me quitará lo último que retengo.
Lo que retengo. No lo recuerdo.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Preguntas Nº2 y 3

¿A qué hora termina el amanecer?
¿Y a qué hora comienza el ocaso?

Pregunta Nº1

¿Quién es más cadáver?, le dijo una fría y seria calavera a un puñado de bulliciosas flores.

Imaginario

En medio de este tiempo infernal, brotando desde cada poro un clamor furioso, curiosamente, llueve y hace frío. Hay niebla en medio de la tarde, graniza desde un cielo siempre despejado, vientos tormentosos azotan las ramas de los árboles no moviendo ninguna hoja, ni siquiera un milímetro.
Lluvia lenta y metódica erosionando la mugre de los muros, no saciando ninguna sed, bajo techo, sobre mi cama.
Si el agua corre tibia por las paredes, y estancándose se vuelve escarcha en mis pies, un poco más arriba ya es hielo crujiente, aire que parte la lengua en dos y que llena el rostro de pequeñas laceraciones supurosas. Lo peor es que no se pueden cerrar los ojos, y tragar saliva se vuelve un acto heroíco o de llana estupidez.

Estanterías de cristal

Colecciono cada una de tus pieles en estanterías de cristal. Las observo cada noche antes de dormir.
Y no hay silencio ni vacío en esta estancia intemporal, y todo recuerdo es extraño e impredecible.
Ordeno cada molécula de tu perfume mientras tarareo una melodía hermosa e imprecisa, como el par de horas en en donde todo alrededor era silencio, y emergía de entre tus labios un par de frases inmaculadas.
Cuidado con lo que preguntas, me dices, pero cada respuesta se graba en un libro blanco, que es la almohada donde duermo, en estanterías de cristal lo guardo cada vez que sale el sol, mientras los segundos se perpetuan después del mediodía.

lunes, 7 de diciembre de 2009

A tu salud

En un instante impreciso de lucidez vociferante, entre una copa y su siguiente, brindo a tu salud triste impostura espectral.
La desnudez de la palidez cadavérica de tu torso que intuí entre mis dedos, es golpe certero, categórico, a la pregunta que va empañando el cristal frío que hoy sostengo y si ambos llevé a mis labios alguna vez, solo este néctar libado en fraternal ausencia me da otra respuesta, mientras el silencio sella al silencio detrás del delgado velo de las pobres palabras que te dedico.
Y no habrá otro amanecer de plata en el que mastique mi vacua espera, ni otro infinito cosmos se quebrará en mil pedazos detrás de las cortinas, ni habrá reposo, nunca más, en el sosiego de las cenizas.
Que la fetidez de tus restos agusanados purifique el aire viciado de mi habitación, mientras el ave carroñera se alimenta de tus despojos, y si bien dulce habría sido arrebatarle un trozo, ya mi paladar no soporta el gris áspero, astringente, de tu carne muerta.
El último sabor que de ti retengo se desliza, a tu salud, lubricado con el polvo de mis zapatos, en mi débil conciencia alcoholizada, desde mi boca a mi garganta.

viernes, 4 de diciembre de 2009

2 letras

Una palabra de dos letras, cual cerradura que divide un pequeño espacio en dos más pequeños, me promete la sutil dulzura que no supe mendigar.
Y las cuerdas tensas van aflojando hasta convertir todo una única e informe masa, revolviéndose, girando en círculos absurdos, llenando hasta el más mínimo vacío con certezas ilusorias, y mi piel primero, luego el músculo, luego el débil palpitar, desaparecen dejando un leve pero persistente rastro, deslizándose en un frenesí carnavalesco hacia lo único cierto, hacia mi única verdad.
Escucho con las entrañas, y esa voz uniforme y placentera comienza a dividirse en un coro de lamentos y risas fúnebres, y el unísono se quiebra en millones de frases inconexas, en una multitud de deseos siempre frustrados, pero la compasión es una voz más, y otra la miseria, y un poco más allá el inerte sollozar se funde sensualmente con un ronquido insolente, y un poco más acá los suspiros son hermanos de sangre con las groserías.
En un acorde disonante quisiera ponerle a todo fin, con una palabra de dos letras me bastaría, y ya no se si quiero pronunciarla, o si quisiera oírla, otra vez, porque quizás sea la última vez.
Y si queda algo que rescatar, sería, también quizás, que por un instante a mi alrededor había paz, un espejo único que no reflejaba nada, un silencio arrullador, una mano sobre la cual reposar y la certeza de que no había un ayer, ni otro mañana.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

En el cruce

El límite impreciso, es un camino, tan delgado como uno de tus cabellos, entre lo terreno y lo divino, no es más que mi desvarío, que con elocuencia he tratado de enseñar. Pero no deja de ser más que una febril ilusión frente al demoledor argumento de que no es el tiempo lo que sobra, ni son las luces las que alumbran, ni son ni la carne, ni el hueso las que mueren.
Detrás de esa verborrea hay mas líquidas mentiras que sólidas verdades, que se encrespan azotadas por el susurro de una dulce y embustera soledad.
Y con cada marejada me voy erosionando hasta convertirme en un fino polvo disuelto en las aguas, tu sangre, que se estanca terca en mezquinos charcos, si hubiese un lugar donde las venas fluyeran les haría un corte profundo y visceral, que como una sangría dionisíaca, haría carnavales en medio de todas tus pieles. Y emanaría el néctar de tu propia e imaginaria vastedad en fuentes plenas de azules y platas, hasta llenar el aire seco hasta que se condensara tanto silencio en gotas de rocío púrpuras.
Pero no hay vacío dónde nunca hubo nada, no hay oscuridad en la penumbra, ni sombras en la noche más oscura.
Y otra vez me refugio en el penúltimo acorde estelar para rescatar del olvido el penúltimo suspiro, y dejarlo clavado en medio del camino, para que señale la senda que nunca cruzaste y que me atrevo con insolencia a dejar.

martes, 1 de diciembre de 2009

Sin título

Como un edipo extraño, fuera de lugar, me presenté frente a la esfinge en repetidas ocasiones. Y allí la criatura infernal me interrogó como siempre, entre acertijos. Y el consejo de otro edipo lejano, allá en el principio del tiempo, me volvió a la mente: miente.

Musa

A ti te hablo, pequeña indignación creciente, fútil devenir, tiempo recobrado, a ti te hablo cuando la boca se me ha cerrado, en medio del estruendo del derribo tantas aveces aplazado del monumento corroído y sanguinolento que otros han levantado, cimentado en las arenas húmedas, inestable como el soplido inquisidor de éstos últimos días, falso como mi fe, débil como el insulto raudo que se le escapa al que no conoce sino una imagen deforme en los espejos, como una grosería masticada en medio de un banquete preciosamente preparado, como saliva insolente en el cáliz, como la afrenta del cielo llorando en verano, como el iluso brote muriendo de sed en el desierto.
Y tanta fatuidad podría derribarme también, si tuviese los ojos también cerrados, si ignorase la inutilidad majestuosa de tanto turbio afán, si no intuyese que detrás y delante de cada hora, hay otra, y si fuese incapaz de ponerme de pie y mirar al sol a la cara sin pestañear siquiera una sola vez.
No soy otro.
Y si bien un rayo de sonrisa me parte el cráneo en dos, brotará de esa semilla germinante una frase más, y otra más, hasta que la sombra que la frondosa vegetación que cubra mis restos enfríe mis dedos y me suplique que me detenga, Y me detendré.
Entonces tampoco seré otro.

Herejía

Esta primera noche sin viento, sin siquiera una brisa, debería ser prólogo mas no epílogo de los conjuros con los que la llamo en medio de melodías desesperadas, porque la diosa, convertida en el más mínimo de los mortales, recorre lenta y porfiadamente un gólgota desprovisto de toda esperanza, inmisericorde.
No hay vinagre que humedezca su boca, ni lanza que me diga si sigue viva, pero no se ha rasgado velo alguno y ningún meteoro ha sido seña de su martirio.
Aquí, su único testigo, con los ojos vendados, y aunque quisiera poder estar en su lugar, aunque fuese un segundo, no soy mas que un triste discípulo que la ha negado mas de tres veces, y yo daría con daga vengativa un golpe de revés y arrancaría mil orejas, pero es su misma mano la que sana y la que detiene, la misma mano que acaricia y reprende, a mí, su único ciego testigo.
¡Y no elevaría plegarias malditas, ni desafiaría heréticamente al hacedor allá arriba en los cielos, a ese sínico idiota, si no me pidieses ser tu Judas!

sábado, 28 de noviembre de 2009

Respuesta

En los abismos cósmicos, justo en medio del primer ocaso y el último amanecer, un dedo acusador levanta las llamas impolutas de su destierro. Desde la cumbre más silenciosa le respondo.
Porque no es más que un débil espejismo la compañía aparente de otras almas, y no es más que vanidad el leve llanto sofocado en la distancia, desde aquí no percibo más que los ecos de un lamento inicuo, un par de lágrimas que se evaporaron hace siglos y una gélida caricia que fue tibieza quizás antes de que el mismo sol naciera.
E impertinente, interrumpo la insolencia que vociferas como si acá abajo la esterilidad de todo lo que te rodea fuese la misma, como si el polvo estelar se asemejase al voraz que cubre mis pies; un simple soplido bastaría para volverte a la vida, pero ahí en tu sublime majestad solo hay vacío. Y aunque al final todo lo que me quede es sumergirme en estas tinieblas terrenales, y ser por fin el alimento de los gusanos que ya me piden a gritos, durante un segundo, cara a cara, sostuve tu mirada, y no ignorando el brillo de tu pálido resplandor, cerré los ojos y te di la espalda.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Grises

Detrás de la cortina de humo delante de los rostros.
El resuello en la primera hora deposita cenizas sobre las repisas, y sobre tu piel, y el soplido que la vuelve cetrina, es también gris.
Cruel y vano, el tiempo, señorío sobre el pequeño pedazo de cielo que se adivina entre los pliegues de la delgada tela que te cubre.
La tibieza insoportable, y el sopor, la humedad inquietante, la alarmante espera, los ecos en medio de los muros vacíos, la vastedad de la desnudez de la memoria, los murmullos acallados en medio de esos ecos, un poco de luz amarilla, un poco de luz blanca, dos rayos de fatuidad convirtiéndose en uno solo.
Un montón de basura en los bolsillos de un traje perfecto y una sonrisa de ocasión (no hay peor ciego que el que quiere ver), como marco perfecto del primer brindis de bilis; el tintineo de las copas se desliza creciente, hasta convertirse en el anuncio sísmico que pretende ser, pero desvaneciéndose sutilmente en una falsa alarma...
Ego, bestia dormida, sigue ocultando el gris iris, mientras te mastico, te trago y te regurgito mordisco a mordisco.

martes, 17 de noviembre de 2009

En la trinchera

Hay un triste sabor a derrota en nuestras miradas al tendernos en la trinchera, mientras las balas vuelan rasantes sobre nuestras cabezas, y zumban somnolientamente en los oidos.
De cuantos caídos hay mas atrás, o ahí, adelante, no hay cuenta, pero cerca yacen aquellos de quienes conocimos su voz, y ya la desesperación de verlos caer, uno a uno, acribillados, o verlos desaparecer dejando un mancha horrible en el aire, en el suelo y en la retina, al final nos venció hace mucho, y se va postergando la ira y la tristeza infinita hasta las horas insomnes de sudor, terror y vacío.
Y el metal frío y sediento ha de entibiarse mientras vamos compartiendo alegremente nuestra desgracia, con una generosidad que no conoce límites, con los ojos del alma cerrados y contenido el aliento, siervos y esclavos de una voluntad ciega y asesina.
Aquí en la trinchera me imagino que podría detener el temblor de tus manos sosteniendo el arma, si fuese capaz tambien de entender que la llevases un día a apuntar a tu propia cabeza, o quizás a la mía, y en ese caso te sonreiría sin decir nada, y sería la única muestra de agradecimiento que estoy seguro que entenderías. Pero no puedo detenerlo, y llevarás la marca de quienes no deberían estar aquí, la llevarás allá, donde tampoco perteneces.
La claridad nunca dejará que mi mente se pierda en el triste sabor amargo de la victoria, como la niebla espesa, hija de estos humos que parecen no acabar jamás, oculta las estrellas que siguen brillando arriba en el cielo. Y me gustaría verlas antes de salir de aquí.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Si te vas a quedar de pie, estática, mirando como te sonrío torpemente después que me has abofeteado. No lo hagas.. Ni siquiera intentes acercar tu delicada mano a mi rostro sonrojado, ni pongas tus pies delante de los mios, no me dediques ni siquiera un silencio, ni siquiera una palabra; no me digas nada, no me pienses siquiera. Yo no te invento, ni te imagino, no me detengo a contemplarte; no espero un soplido de murmullos para ignorarte. No te abofeteo, ni tengo intención, ni siquiera me contengo. No me pidas que no exista, pues tampoco existo. No me sonrías ni antes ni después de que hayas alzado la mano, ni mientras; soy más estúpido de lo que crees y menos de lo que quisieras, hay más verdades en la cáscara de una nuez; más espacio en el vacío y más luz en los ojos cerrados; más compañía es mi sombra, hay más rostros que ignoras de los que has ignorado; más hambre en las entrañas vacías. Y si te vas a quedar mirando como te sonrío, toma asiento, o baila un poco.

jueves, 29 de octubre de 2009

Sin título

Siento la aspereza de la soga en mi cuello, mientras pienso que la diosa jamás ha muerto.
Pero no miro atrás porque no existen los recuerdos. No hay nada que recuperar, y no hay nada ya que deba salvarse.
Y la ausencia de tu sacra existencia es la respuesta precisa, terrible, a mi ignorantes interrogantes.
Si no hay nada más allá del suicidio, más acá, mi alma no es más que un desvarío. Y mi cuerpo un cuenco vacío.
y te soñaba descubriendote, y quitando los amargos velos que cubrían tu bienamada, torturada, piel inmortal, te soñaba. Y las imágenes brotaban desde tu rostro, ese rostro que alguna vez creí soportar, y las melodías fúnebres que se confundían con tu voz, ahí, recien despierto, se iban apagando hasta convertirse en un leve, sutil, susurro, que podía oír aún cuando no te pensaba.
Y creí:
Que la distancia entre nosotros se iba haciendo más tenue con cada segundo que te retenía entre mis dedos.
Que había un humo subterráneo entre cada palabra omitida.
Que como el espectador silencioso y fugaz, que se detenía cada cinco segundos a escuchar que seguías respirando, era el más desdichado, y feliz, de los mortales.
Que podía retener tu sonrisa en mis manos y formar con ellas un monumento a la locura.
Y que me dejarías comprender los horrores que le narrabas a la oscuridad, y como vencías a crueles dioses, enfurecida, compasiva y fiel.
Ahora en la soledad de mi cuarto voy componiendo el acorde final en una pieza demoníaca que sabía que tarde o temprano habría de detenerse, sólo para saborear con delicadeza la vibración silenciosa que se va escapando como los últimos fríos en cada tarde de primavera.
La soga no es más que el preludio de un esapcio más infinito aún del que jamás soñé,y que por fuerza tú jamás conociste, y un afán insomne condenará el amanecer de plata a una infinitud de espacio entre las sábanas, emergiendo cada mañana mi cadáver de entre las sombras de tu ausencia. Lo más curioso es que jamás estuviste aquí.
Pero sigo siendo el mismo fanático que construyó los altares en donde con gusto sacrifiqué el vacío, mi única posesión, y que conciente ahora de que no existes, continuará estoicamente, absurdamente, heroicamente, estúpidamente, fingiendo que alguna vez tu espíritu llenó este lugar santísimo donde aún te conjuro, con plegarias ridiculizadas en mi persistente fe.
En medio de mi trance, justo en medio de mis mas intensas alucinaciones, mi piel se sigue erizando cada vez que imagino que me respondes.
Y si pidiera algo, sería poder imaginar otra vez tus labios sobre los míos, regalándome el valor que necesito antes de dejarme caer.
Porque alguna vez creí que sostendrías mis pies.
Ya es hora. Un suspiro. Ojos cerrados y sonrío.

jueves, 15 de octubre de 2009

Rechazo

Me quité los harapos silenciosos y supliqué a un dios licencioso, que la penumbra me permitiese disimular la imperfecta estampa que mi figura sombría a contraluz reflejaba en su mente curiosa, y enferma.
Y aún así, no ignoraba que su ignorancia sobre la mía, sería el preludio de este penúltimo fracaso.
Escogí la hora precisa, anunciada cada mañana de insomnio e inapetencia, señalada entre la escarcha y la cenizas, a medio camino entre el sopor y la euforia, y recorrí los escasos centímetros que nos separan con tiempo suficiente para saborear por última vez la dulce incertidumbre.
Y le hablé con la calma de los condenados, con la serena espera de quien anda por las calles grises cubierto de vestidos y calzado azules,
Invitándola a cenar detrás de una magnífica puesta de sol, va el ocaso respondiendo que no.
Mentiría si dijese que sabía que detrás del disfraz estaba desnudo, y me lo pidió por la afrenta, y el camaleón otra vez fue gris.
Un asomo de pudor se queda en el recuerdo, como una herida infecta.
Es un precio justo.
Pero mentiría también si dijese que ignoraba su respuesta franca, elegante, altiva.
La muerte es sibarita y esquivando invitaciones bien calculadas me devuelve a la mendicidad.

martes, 6 de octubre de 2009

Génesis

Eras una niña tan pequeña, tan frágil, y el cruel devenir del tiempo, y la sombra de la tradición te habían acercado a mí. Y te habían alejado de la cordura.
cumplías silenciosa todos los ritos, repetías sin cesar todas las costumbres, murmurabas quieta cada plegaría mientras yo simplemente te oía decir en cada instante la misma palabra.
Pero yo era un niño también, y la violencia de tu compañía me dejó desnudo y temeroso.
No había nada entre nosotros, ni siquiera un vacío.
Antes del último amanecer el insomnio se convirtió en mi hermano, y allí juré, en un pacto de sangre, que todo acabaría.
Ese día construí un altar y deposité en medio de inocentes ofrendas el ídolo de plata, labrado en secreto en noches eternas, en la fragua incesante del holocausto de mi cuerpo.
y brillaba como la luz estelar que antes adorabas, y ese brillo se depositó en tus ojos y en tu piel.
Ahora duermo y muero recordando la impostura, mientras me abrazas suspirando, y en el hálito frío de tu sosegada espera, lo voy olvidando.

viernes, 25 de septiembre de 2009

A contraluz

Si cierro los ojos sigues ahí, aunque no pueda sentirte más. Allí dónde hay luz que enceguece ojos parpadeantes, ahí también siempre hay ruidos, y decenas de escombros que se van arruinando por tu impertinencia.
Si apago la luz ya no estarás, deambulando como siempre estás, entre las cenizas y el fango, entre el fuego y el papel, y la madera vieja que crepita incesantemente.
Porque soy la única hoguera que te regala casi sin pensar, un poco de tibieza, cuando duermo, y cuando duermes.
El tiempo se acorta, y la distancia se hace más lenta cada segundo que respiro, y que replicas en una burla siniestra.
Pronto no quedará más que decir, ni nada que regalar, ni nada que mendigar, nada que odiar, nada que ocultar, ni siquiera el vacío, ni el tedio ni la rutina espantosa del suicidio.
Todo se irá borrando hasta que quede solo un nombre, hasta que por fin me abraces y me digas casi rogando, que deje de andar, que deje de huir, hasta que me implores en un sollozo que te bese en silencio exhalando ambos, al mismo tiempo, entre un hálito de tabaco y alcohol, la última maldición contra el mundo.
Y ahí fundida en mi carne, ninguna luz osará separarte de mí jamás. Bajo tierra no hay sombras.

martes, 22 de septiembre de 2009

Interludio

Cubriendo distancias imposibles, esperando una respuesta sin preguntas, evadiendo los puñales indecibles del destino, mártires de la rutina ruinosa de los mortales, ellos, los semidioses, van forjando una epopeya indeseada, un anecdotico pasar quejumbroso de dias y de noches embusteras, elevando sus débiles e inútiles plegarias hacia dioses estériles de oro, bronce y piedra. Ahí van en triste procesión, ignorando lo que a mí, llano ejemplar de llano y simple pueblo, me parece la más grande de las estupideces. Y está bien, que consuman en su desatino, la gracia eterna que la muerte les ha concedido. Pero no soporto, ni quiero soportar, que de entre todos ellos no haya quien se pregunte, seriamente, que con un simple paso al costado, se acaba la tragedia.
¿Realmente quiero creer eso? Porque aquí abajo, entre los mortales, no hay nada más digno que seguir los pasos de los inmortales, y tratar, por un segundo que sea, de que compartan, ellos, vanos, un segundo de gloria.
No escatimes esfuerzos, he ahi el dilema, En eso se te escapará la vida.
Tratando de convertirte en uno de ellos.
¿Debería seguirte?

lunes, 21 de septiembre de 2009

Apoptosis

Por una sola ventana, lor tenues tentáculos de la muerte se deslizan por el aire, vibrando, estimulando los desiertos claros a tu alrededor, golpeando rítmicamente las sienes, abriendo pequeñas grietas en el cráneo, que con la fuerza febril de su líquido interior, se van convirtiendo en oscuros túneles, y ahí, en el fondo, veo la luz.
Luz grisácea, luz violeta, luz rojiza, parpadeando estupefacta mientras corro desquiciadamente hacia la diosa, que con los brazos abiertos espera guardar en silencio los tesoros de tanta agonía, a la luz del amanecer, pequeños objetos insignificantes que se cubren de gloria en medio de las cenizas.
Un grito acallado de hastío es la máscara perfecta de la debilidad de un pecado repetido hasta el cansancio, y Cada ventana, excepto una, se han ido cerrando, esperando pacientemente el día en que toda la farsa se deshaga en un suspiro, en una mirada anhelante, o en una sonrisa después del llanto, en un leve contacto con la piel de quienes ya te esperan a la salida del túnel, o cuando ese sonido hiriente, permanente, agudo como un rechazo, sea tan intenso que no lo puedas acallar.
Ese día quizás comprendas que nada tenía sentido.
Y esa noche te lo volveré a recordar.

15

Quince días han pasado que no he dicho nada.
Quince milagros, quince culpas, quince llantos.
me he detenido a esperar un ruido.
Cada noche desperdiciada me recuerda que aún respiro, y que debo quince amaneceres despierto. no distingo entre horas de luz ni de muerte, ni espacios vacíos, ni nombres mal prounciados, comidas putrefactas ni líquidos malolientes.
No había remedio, no hay cura.
Enfermo quince días.
Que parecen mil años.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Feligreses

Eran un culto extraño.
Alguien los mencionó como una leyenda urbana, una secta de costumbres inquietantes, incluso escuche que alguien conocía a alguien que conocía a su vez a alguien que era parte del misterioso culto.
Escenas lascivas, excesos, eso dibujó mi mente al oír cada relato, y mi febril curiosidad se exhalto prefigurándome envuelto en tan encantadoras historias.
Por muchos años busqué, y nada. No existía tal secta, no había un grupo de personas a la cual pertenecer, porque eso era lo que buscaba, según recuerdo, pertenecer, y no a alguien como el común de las personas hace, sino a muchos, o a varios, quizás a dos, pero no a uno.
La búsqueda infructuosa me dio temple, debo admitirlo, y envejecí sabiamente, aceptar mi solitaria eistencia, mis solitarios afanes, mis pecados secretos, eso fue suficiente.
Pero una noche inesperadameneta apareció ella, la suma sacerdotisa de aquel culto que, se suponía, no debía existir.
Como un halo de culpa me llegó su perfume, supe inmediatamente quien era, sin cruzar palabra alguna. Juré en silencio una fidelidad más allá de la muerte, sin dudarlo un segundo.
Esperé pacientemente, aunque por momentos sentí que moriría de ansiedad, y el cuerpo no compartía la repentina adolescencia de mi espíritu. Pero soporté.
Ahora no sé que sentir después de visitar el templo.
Había mucha gente, es cierto, pero eso no me desanimó. Todos parecían tan enfervorizados como yo, lo que tampoco me desanimó.
Sin embargo, todos los rituales, todo aquello que yo ansiaba desde mi niñez no era tal. Es cierto, el culto era extraño, pero no de la rareza que yo poseo, tiene su propia y elegante forma de marginalidad, pero no la mía.
Asistí a curiosos actos de expiación que nunca imaginé. Un tipo agobiado por su soberbia confesaba sus errores frente a un grupo de gente. Una anciana recitaba versos malditos tratando de curarse de su persistente inutilidad. Otras personas, un grupo de cinco o seis se miraban uno al otro mencionandose los defectos de sus rostros, mientras lloraban amargamente. Pecado de vanidad, me imagino. Habían dos hombres armados con los ojos cerrados, apuntandose con sus armas mutuamente, eso no lo comprendí.
Cuando lo consideraba pertinente, según mi parecer, ella me relataba cada escena, y yo suspiraba, medio molesto, medio frustrado. Pero aún así seguía fiel, pues no hay entrega más pura que la que no tiene sentido alguno, y mientras perdía la razón de mi amor hacia aquella diosa que por suerte sí existía, más fuerte se volvía.
Pero todo cambió hasta que llegué al altar, ahí había un reducido grupo de personas, unas cuatro o cinco, siendo torturadas sin misericordia por decenas de verdugos enamascarados. Fuego, afilada hojas, innombrables artefactos, ojos vendados, sangre por todos los orificios. Nada me afectó hasta que pregunté cual era el pecado tan grande que ellos debían expiar.
Son inocentes, me dijo ella.
Son santos, dije casi sin pensar.
Pecadores, me respondió, no hay peor pecado que la inocencia.
Ya no sé que creer.

Lástima

Zumbido eterno y luz hipnótica.
El último de los sentidos comunes, la vergüenza, se niega a abandonarme.
No sé como poseo aún un poco de pudor, después de que otras manos me asearan, que otros rostros contemplaran mis carnes que ya comienzan a atrofiarse. Defecando mi miseria en un recipiente blanco, con indiferencia no se puede ocultar el asco, y ahi está, permanentemente, mezclado con un poco de ironía, envuelto en lástima, defecando mi vergüenza, ni siquiera es mi mano la que evita que mis heces se vuelquen sobre las sábanas, que comienzan a oler, a ese punzante hedor de inmovilidad. En realidad no puedo sentirlo.
Aquí, confinado en mi cuerpo, sólo se puede pensar, ya ni siquiera sentir. Qué emoción, qué sentimiento puede albergar un saco vacío, inerte, de huesos, como el mío. Mi cabeza es ahora una celda sin puertas, dónde ni siquiera yo puedo entrar.
Cuando intenté arrepentirme ya era demasiado tarde, si tan solo una pizca de debilidad en mi obsesiva planificación hubiese salido mal, si tan sólo un ápice de duda hubiese dejado el espacio suficiente. Lo peor es que no recuerdo porqué, no consigo recordar qué sentía, qué pensaba, porqué la decisión era tan natural, tan evidente sólo quedan rastros de esa evidencia.
Soga al cuello, suficiente altura, manos atadas, un pequeño brinco, o quizás sólo me dejé caer, y el dolor partiendome el alma en dos. Me arrepentí del dolor, del sufrimiento, había salida, lo sé, había opción.
Desperté ya inerte, al parecer mis ojos se habían abierto antes. No oigo, no hablo, veo muy poco, no puedo oler nada. Ni sentir.
Tres minutos. Tres minutos y treinta y dos segundos después, un poco antes de lo previsto, alguien me vio, alguien me descubrió.
No quería morir, recuerdo vagamente el miedo, el pánico de dejar de existir. No quería morir, sólo dejar de vivir, dejar de existir.
Y ya no existo, inmóvil desde hace siglos, me pudro como un cadáver, pero sigo aquí, eternamente despierto, oyendo nada, excepto un zumbido eterno.
No me mires con lástima, con verdadera lástima, no necesito que me des la libertad que crees que me darás apagando el artificio que me mantiene muriendo. si pudiese hablar, te lo diría. Y te pediría que por favor, nunca apagues la luz.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Con fe

Quítate de en medio, quítate de en medio, un susurro maldito ahi constante en las tres orejas.
El mango de un puñal asomándose en mi espalda, ahi está, ¿serías tan amable de empujar un poco más?
Tiene usted razón, era muy sencillo:
1. Poner el elemento en posición vertical, cuidando de que éste quede firmemente asentado y que no peligre una desviación con la siguiente presión del cuerpo.
2. Escoger un lugar con la altura suficiente para que le proporcione un momentum adecuado a mi humanidad.
3. Encomendarse a la santidad de su propia elección, y saltar dando un alarido de alegría y optimismo.
4. Coseche.
Pero era mucha altura, supongo, y me demoré practicamente mes y medio en caer. Tiempo suficiente para arrepentirse de haber saltado. Mala señal, preferí arrepentirme de mis pecados, uno nunca sabe.
Quítate de en medio, quítate de en medio, ¿lo dije yo?
Estorbabas, el golpe no fue suficiente. Todavías se asoma el puñal. ¿Serías tan amable de empujar un poco más?

Eufemismos

Por un crímen que no cometí, pero quise cometer, claro, la intención es lo que vale, por eso me encerraron. El mejor abogado que la indigencia podía pagar, alegó demencia, infeliz.
Y aquí entre digna compañía se me ocurre que quiero confesarme, pero lo más parecido a un cura, es un esquizofrénico que comulga con círculos de papel untados con su saliva, y vamos, son excusas nada más, no necesito demostrar que el asco que la situación me da es prueba suficiente de mi lucidez. Mantendré mis pecados lejos de sus fluidos.
Una anciana me interrumpe cuando intento justificarme, celebrando todos los días su cumpleaños. Actualmente tiene 1678 años cumplidos y dice ser, con orgullo, la persona más longeva de la Tierra. Le creo, un millón de arrugas son prueba suficiente.
Estoy harto de mis vecinos, de mis colegas, aquí, sólo, y sólo porque el resto está efectivamente demente, no hay nada que hacer excepto soportar estoicamente sus desvaríos.
Uno que se da brutalmente cabezasos contra la pared, ahondando su propia estupidez. Insólito. Le pedi que se detuviera y me agarro la cabeza con ambas manos, gritándome furioso: ¡Ignórame! De remate, un beso en mi frente con la suya propia. Quizás por eso me siento cada día mas imbécil.
Cruel compañía, tarde o temprano me confundirán con ellos.
Y ahí va otro, que sodomiza noche a noche a un loco diferente. Que no se atreva. Quizás esa locura enfermiza se transmita con el sexo.
Y por acá esta mujer que me implora que le ayude a huir, presa de los celos (qué afán ese de encubrir sus temores, esta curiosa gente), y allá afuera consagrar su impotencia con un ritual de muerte. Aquí está el cuchillo, hermana, adelante, o mejor aún, líbrame antes también a mí de este plato amargo que debo ingerir día a día. Qué poco elegante, es la respuesta.
Y pensar que antes fumaba despreocupado, acá por un cigarillo podría conseguir hasta un fellatio. Imagine eso, ¡por un cigarrillo!
Al final, lo que tenía que decir lo voy olvidando, poco a poco. Cuando salga de este infirno ya no seré libre.

Saqueadores de tumbas

A hurtadillas en medio de la noche, deslizandose cual serpientes, los saqueadores de tumbas recorren los recovecos de la pudedumbre para hurtar gozosos el botín de la guadaña.
Y es que son discretos.
Discretos como un suicidio.
Me decían que están malditos, felices ellos que lo ignoran.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Comunión

Fuera de las murallas del templo, los perros.
Peleándose a muerte los restos de un festín reciente. Huesos malolientes, un pedazo de pan, tres gotas de vino. Sangre de tu cristo.

Temprano

Me das una piedra para que coma.
Sabe a tu piel.
Me das una lágrima para que beba.
Sabe a hiel.
Me das una risa para que calle.
Y un vacío para observar.
Tiempo para desperdiciar esperándote, quizás no vuelvas.

Paréntesis

Un estruendo que nos distraiga del ruido interior.
Un paseo entre los durmientes, rescatando la piel del frío de los pasillos silenciosos. Moribundo de hambre y de sed, esperando que la sombría ocasión enriquezca tu partida.
Un choque nocturno de copas mal alzadas, vino empantanado lubricando la ansiedad. Y como un faro siniestro, la certeza de que todo sigue siendo igual, y que hay un puerto en donde descansar, muelle de rutinas y vacías inseguridades, después de bailar y nadar en círculos alredededor del mismo foco de ridiculez, y de espantosa conciencia, un mareo nos confunde y nos recuerda la fragilidad de esa espera renuente. Un día una sombra ocultará el sol, y alguien se alimentará de nosotros.
Fiera hambrienta y solitaria al asecho.
Veo tus ojos brillar en la oscuridad.
Un parpadeo sutil.
Y corro sintiendo que ya me alcanzas.

sábado, 29 de agosto de 2009

Cita

Seis a.m.
Me fumo el último cigarrillo.
No sé cómo, pero me di cuenta, hoy, quizás en el curso de la tarde.
Las miradas me traspasaban como si mi cuerpo fuese de niebla, y las manos intentaban darme consuelo.
Nadie más lo sabe. El humo se confunde con mi piel.
Estuvo bien, no me arrepiento. Pero no recuerdo cuantos años han pasado.
No estoy tan viejo, menos acabado.
Quedarán los vestigios de un consuelo inhumano: el olvido.
Y cenizas.
El último cigarrillo sabe bien.
Seis a.m.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Dìptico

I.
1. Te perdono que me hayas engañado haciendome creer que me traías a tu casa para algo diferente.
Porque en realidad no me engañaste sino que me engañe a mí mismo.
2. Te perdono que me dejes con mis infinitas ganas de hacerte el amor.
Porque son mías, y no tuyas, además probablemente no sea de tu agrado.
3. Te perdono que no confies en mi.
De hecho, yo tampoco lo haría.
4. Te perdono el terror de tu rostro frente a mi voz diciéndote que te amo.
No era el momento adecuado. Nunca es el momento adecuado.
5. Te perdono que mi conciencia me haya abandonado.
Era una promesa, debía cumplirla.
6. Te perdono que al despertar no hayas sabido explicarme porqué estaba atado de pies y manos.
Quizás la culpa sea mía por no saber entender.
7. Te perdono que me hayas amordazado.
A veces no se guardar silencio.
8. Te perdono que me hayas golpeado.
Es más, lo disfruté.
9. Te perdono el dolor infinito de tu tortura con fuego, hielo y acero.
El dolor nos hace sabios.
10. Te perdono los días sin beber ni comer.
Mi temple ahora te lo debo a ti.
11. Te perdono que me hayas matado al final.
Diría que incluso, te lo agradezco.
12. Pero no te perdono, ni te perdonaré jamás que me hayas visto llorar.
Eso sí es de mal gusto.



II.
1. Te perdono que creyeras que venías a mi casa a algo diferente.
Porque en realidad no lo creías.
2. Te perdono que quieras hacerme el amor.
Porque eso jamás ocurrirá y eso es castigo suficiente.
3. Te perdono el no poder confiar en ti.
Porque yo tampoco soy capaz de ganar tu confianza.
4. Te perdono que me hayas dicho que me amas.
Me asusté, pero en el fondo ya lo sabía, y además probablemente no sea verdad.
5. Te perdono que me hayas obligado a narcotizarte.
Porque no es tu culpa que el alcohol no sea suficiente.
6. Te perdono que no sepas entender porqué te hago esto.
Es culpa mía, no sé expresarme.
7. Te perdono tantas preguntas, tantas respuestas.
Es natural, siempre quieres saber.
8. Te perdono que hayas disfrutado mi golpiza.
Si fuese al revés, también lo disfrutaría.
9. Te perdono los gritos ahogados mientras te torturé.
Por lo menos no te desmayaste.
10. Te perdono que no hayas deseado comer ni beber.
Quizas no tenías ni hambre ni sed.
11. Te perdono que hayas muerto antes de sentirme satisfecha.
Diría que incluso, te lo agradezco.
12. Pero no te perdono ni te perdonaré jamás que hayas llorado frente a mí.
Eso sí es de mal gusto.

Baile

Todos cubiertos con diferentes máscaras, de colores y formas alegres. Detrás de cada una adivino rostros hermosos, pieles inmaculadas. apenas un leve guiño, suficientemente locuaz para que me acerque y te invite una copa. No entiendo lo que dices, sin embargo tu voz me evoca lugares distantes, fechas antiguas, un aire ligero a ingenuidad. El murmullo a mi alrededor me invita a bailar y mi mano por fin se posa en tu cintura y te guío en medio de miradas festivas, risas celebran cada uno de nuestros movimientos, y se nos unen parejas más elocuentes, que se acercan y se retiran de nuestro perfecto y ritmico ir y venir, juegando con nuestra proximidad. Y presiono levemente tu cuerpo contra el mío y tu aliento se cuela detrás de esa rigidez que me parece imposible de mirar directamente, como si la belleza de ese artilugio hiriera mis ojos, detrás del mío.
Tu perfume me rechaza violentamente y retrocedo tambaléandome. Ya no estás, te busco y ya no estás, ahora todas las máscaras me son desconocidas, como si de pronto fuese víctima de una broma cruel.
Todos me rodean, ya no hay música. No entiendo esta lengua, pero el sonido sigue siendo dulce. Me pregunto cual eres tú. Me rodean las máscaras, murmurantes. De entre los vestidos todos sacan un cuchillo. No tengo miedo mientras se estrecha el círculo, pero se agita mi voz y mis ojos se preparan para llorar.
Y retiro la máscara de mi rostro.

Frente al mar

La última vez que fui a la playa me sucedió algo extraño.
Era invierno, pero no hacía frío. El mar se arrojaba sobre las arenas como siempre, infatigable. La marea menos silenciosa de los cielos me advertía que el día era especial, pero no le di importancia.
En la playa había un niño, cubierto de ropas blancas, un niño delgado y de rostro serio, estaba sentado de piernas cruzadas mirando el horizonte. Parecía demasiado solitario. Me senté a su lado, pero no pareció percatarse de mi presencia.
Miramos juntos el horizonte, yo suspiraba conmovido, el niño ni siquiera pestañeaba.
Se puso de pie y caminó hacia el mar. Pronto el agua le cubria los pies. Se detuvo, sacó un pie fuera del agua y dió un paso. El mar le sosutvo el pie, como si fuese realmente sólido. Sacó el otro y repitió el movimiento. Pude ver como se elevaba unos centímetros del suelo y cómo al retirarse las aguas, el niño bajaba otra vez y se posaba suavemente sobre las arenas.
Me levanté, y curioso me acerqué tratando de no interrumpir.
El oleaje atacó nuevamente y el niño volvió a hacer lo mismo, pero esta vez trató de dar un segundo paso. No resultó, era incapaz de vencer a la naturaleza dos veces consecutivas. Eso me puso triste.
Al rato lo volvió a intentar, esta vez con un resultado positivo, dos pasos hacia adelante, pero al tercero se hundió. El mar se retiró.
Así me dí cuenta que el niño en realidad sólo podía dar un paso más que la vez anterior, y si trataba de dar otro, se hundía. Quizás con práctica o paciencia pudiese mejorar. Me pregunté también porqué simplemente no esperaba, despues de dar el primer paso, que el mar se retirase, y al volver, repetir, es decir, avanzar solo de un paso por vez. Quizás no era muy inteligente.
Pero no entendía porqué lo intentaba, asi que le pregunté.
Debo llegar, y no tengo mucha paciencia, me dijo. Le pregunté hacía dónde quería llegar. Su mano pequeña me apuntó el horizonte.
No supe qué decirle, su brazo estirado por más tiempo de lo que debería me lleno el alma de vacío.
Me largué y desde ese día que no voy a la playa.

domingo, 23 de agosto de 2009

Sordo

El tiempo pasa cada vez más lento con cada paso que me aleja de tu adiós.
Había una anciana recriminando a un niño, a tu derecha, y a la izquierda, tres árboles besando tu cabello.
Sólo una nube cargada de cenizas trataba inútilmente de ocultar el sol. Dos palomas grises revoloteaban a cinco metros de ti, quizás seis.
Un muchacho mal humorado reñía con su sombra, justo detrás de ti, y garrapateaba improperios en una libreta negra.
La tarde olía a funeral, y la humedad de una tenue llovizna matutina abría el apetito.
La brisa me susurraba una canción olvidada, y mis pestañas se cargaban del polvo que cubría cada superficie regalándole una estética de ancianidad a pre púberes estructuras a medio terminar.
Tres colillas de mi propiedad se sumaban a las veinticuatro que pude contar, en el piso, en el espacio en dónde me decías que ya no más, entre el límite norte de tu culpa y el límite sur de mi incredulidad.
Oia a dos amigas relatarse mutuamente un día domingo, a mis espaldas, y la risa forzada e hipócrita de un bien vestido fabricante de mentiras, tambaléandose malherido por una voz que jamás pude escuchar.
La pálida ridiculez de mi rostro negándose a entender se reflejaba en tus anteojos oscuros, que no podían ocultar, por cierto, su virulento cinismo.
Había más espacio entre mis labios y tu mejilla que el que crece con cada paso que me aleja de tu adiós.

sábado, 22 de agosto de 2009

Virgen

El pánico inducido por el encuentro fortuito con la muda ciega de una serpiente, despierta tu interés.
Verás, es el terror de reconocer en esa evidencia, la mutabilidad de quien sostiene tu miedo.
No hay segundo de súplica, no hay espacio para la misericordia.
Ahí estás, contemplando ansiosa un cadáver falso de quien te asecha. Ojos rasgados por el tiempo inverosimil, lengua bífida auscultando el intante preciso de una mordedura venenoa.
Pecado y culpa, espacio para la duda, espacio infantil para la duda.
No hay fisuras en mi reptar hambriento, sacudido por voces extrañas, mañana, todo sonido pierde sentido. Hoy, murmullo audible para tu oído espectante. Hay vacío en tu ojos suplicantes.
No soy yo, y la espera nauseabunda del instante preciso en que aceptaste un juego pernicioso de huir y no escapar, al final, es la justificación de tanto júbilo contenido. Hay espacio para el silencio también.
Mañana el sonido licensioso de mi movimiento ondulante cosechará más que una frase mascullada hasta el cansancio, y no preguntarás por qué, comprenderás que la naturaleza de mi ser es acechante, y la tuya, de presa.
El encuentro fortuito de una muda ciega, enceguece tu espera.
Mañana mis colmillos ansiosos esperarán el momento exacto para clavar una respuesta precisa a una pregunta inexistente.
Tu pie hundirá mi cráneo hasta el vacío. Y toda venganza estará consumada.
Virgen de los silencios.
Virgen de la vergüenza.

viernes, 21 de agosto de 2009

Sinestesia

-Mira la luz directamente, sin pestañear.
-Duele un poco.
-Sí, pero no es grave, duele sólo al principio.
-Tienes razón, ya no duele.
-¿Ves? Hazme caso, no pestañees.
-No lo hago.
-Bien. Ahora cierra los ojos. Dime que ves.
-Veo una mancha entre azul y violeta.
-Muy bien. Fíjate bien. ¿Qué parece la mancha?
-Parece una mano sosteniendo una copa.
-Muy bien. Ahora ciérralos con más fuerza.
-Duele otra vez.
-No te preocupes, ya pasará. ¿Qué ves ahora?
-Un murciélago con la boca abierta.
-Excelente. Trata de cerrar los ojos con un poco más de fuerza.
-No quiero.
-Está bien, entonces ábrelos.
-No puedo.
-Eso es imposible, simplemente abre los ojos.
-Te digo que no puedo, lo intento, es imposible.
-No te creo, es muy sencillo...
-Ahí está el murciélago, se acerca...
-Abre los ojos.
-Vuela silenciosamente hacia mí, con los ojos abiertos, me mira...
-No, son ciegos.
-Vuela hacia mí con los ojos abiertos... tengo miedo.
-Abre los ojos, concéntrate en mi voz, abre los ojos.
-¡No puedo! ¡Se acerca! Tengo miedo.
-Escúchame, escúchame bien, todo saldrá bien, si no puedes abrir los ojos ciérralos más fuerte...
-¡Duele!
-¡Obedéceme! Es lo único que te queda..
-El murciélago! Está aquí, me muerde los ojos, ¡duele! ¡quítamelo, me hiere!
-Escúchame! Concéntrate. Lentamente se hace más fácil, siente como con el sonido de mi voz se hace más fácil abrir los ojos, concéntrate en mi voz. Abrirás los ojos cuando cuente hasta tres...
-¡Duele!
-..uno...
-¡Me hiere!
-...dos...
-¡Quítamelo de encima!
-...tres.

Deudo

Sonrío recordando una fotografía.
Mientras otros ojos me miran, más acá, otras sonrisas me invitan a olvidar, pero no olvido.
No puedo olvidar la sonrisa de la fotografía, que me persigue como un espectro quejumbroso.
El cielo se mueve, el piso se mueve, los cajones se abren solos, o son mis ojos que no se detienen.
Bebo un vino dulce en la boca, salado en la garganta, y suspiro como un deudo malagredecido, y mis dedos inquietos buscan sosiego, quizás un poco más allá, donde duerme tu último adiós.
No, solo busco entre mis ropas, esparcidas en la vastedad de mi habitación, esa imagen delatora, y ahí estás, sonriendo otra vez.
Mi piel me ahoga, ahora que comprendo que si se impregna del olor de otras tintas, de otros colores, el hedor me penará más que este fantasma hambriento. Y quiero huir, poner mi piel a salvo en el maternal abrazo de los aires fríos de esta cálida noche, pero no puedo escapar de mi propia habitación, no esta vez.
Como un estúpido medium principiante guardaré mi temor bajo llave, y rumiaré el conjuro que te quite de aquí. Sólo entonces encontraré la paz, otra vez.

martes, 18 de agosto de 2009

Celdas

-Si no quieres decir nada, está bien.
-Padre, no entederá.
El anciano sacerdote estaba de pie, el reo sentado. El silencio lo interrumpió el zumbido de un insecto intruso. Voló en círculos, acercando y alejando su sonido, los ecos de su aleteo se sitieron unos segundos más, luego silencio.
-Tenía que olvidarlos-dijo de pronto el reo, sin mirar al sacerdote-. Sé que no entiende, sé que no va a entender, pero tenía que asesinarlos, a todos, no podía olvidarlos.
Un carraspeo.
-Tienes razón, hijo, No entiendo, pero no necesito entender.
-Lo sé. Lo que espera es arrepentimiento, pero eso no es posible, no hay una gota de culpa en mi ser. No entiende usted lo que significa no poder olvidar, recordar constantemente, y no digo de vez en cuando, o todos los días, digo cada segundo, a todos, sus rostros, sus gestos, su voz, sus palabras, sus penas, sus miedos, su alegría, su llanto.
-¿Recuerdas a tus víctimas?
-No, Padre. Las maté. Ya no las recuerdo. Una vez que las asesinaba ya no volvía a pensar en ellas.
-¿Entonces no recuerdas nada de lo que has hecho?
-No. Nada. Es decir, sé lo que hice, recuerdo las ideas, la forma, como planificaba cada asesinato, como esperaba pacientemente el momento justo. ¿Sabe algo? Una vez que me decidía sentía una ligera paz, calma en mi ser, pero se esfumaba una vez que ya estaba todo consumado. Eso era mejor, no tener nada en la cabeza.
-¿No sientes culpa por eso?
-Un poco quizás, el tiempo que demoraba entre que decidía y el acto en sí. O quizás mientras sufrían, ahi sentí algo de culpa, lo recuerdo.
-¿Sabes a cuántas personas mataste?
-No, no lo sé. Dicen que cientos, pero no lo sé, no lo recuerdo.
-¿Sentiste alguna vez algo por esas personas?
-Sí, Padre, las amaba profundamente. Y por eso no podía quitármelas de la cabeza. Tenían que morir.
-¿Y si las amabas, no sientes arrepentimiento por el dolor que has causado?
El reo miró por primera vez al sacerdote.
-¿Me perdona?-dijo con apenas un hilo de voz.
-Sí, hijo, pero en realidad es a nuestro Dios que debes pedirle perdón. Él te perdonará. Él ya lo ha hecho.
-Usted no entiende nada. De hecho, todo lo que me dice me hace muy bien, me hace sentir mejor.
El sacerdote se puso de cuclillas, con el rostro justo al frente del reo. Sin pestañear una sola vez, mirándolo directo a los ojos.
-Muchacho, no sé si entiendes, pero vas a ser fusilado. Vas a morir. Hoy. Sólo queda el arrepentimiento, y el perdón.
Una lágrima rodó por la mejilla del reo, sonrió apenas. Suspiró.
-Hermosas palabras. Por dos motivos.
-¿Cuáles motivos, hijo?
-Primero, porque si hay algo que recuerdo bien es la violación. Sí, Padre, eso lo recuerdo muy bien, demasiado bien, porque me recuerdo a mí mismo, tomándolas, a ellas, tan débiles, tan indefensas, su terror, su pánico, mi rostro en esa mueca horrible reflejado en sus ojos bien abiertos, muy abiertos, mi jadeo, el sudor de mi piel mezcándose con el suyo, mis babas chorreando su rostro, las obsenidades que les decía al oído...
Llanto, sincero llanto.
-...el placer, Padre, el placer maldito de verme a mí mismo ahí, lo recuerdo todo, absolutamente todo, porque soy yo, porque a mí es lo que veo, no puedo olvidarlo. Debo morir, voy a morir, y todo se acabará, por fin.
Se tapó el rostro con las manos, su sollozo inundaba todo el espacio de la sucia habitación, de la sucia, maloliente y tenuemente iluminada habitación.
El anciano hizo el ademán de abrazar su cabeza, pero el joven la levantó de pronto, lo que interrumpió su acción. Estaba serio.
-Lo segundo es que me has perdonado. Probablemente nadie más, jamás, me perdone. Tú lo has hecho.
El viejo no dijo nada.
-No te podré olvidar-continuó-. Y sabes lo que eso significa.
Los ojos del joven reflejaron una luz de origen distante, desconocido, inubicable. El viejo tragó saliva haciendo un ruido gigantezco, que pareció al instante siguiente apenas un ligero murmullo ante la estrepitosa llegada de los soldados.
El reo de un salto se puso de pie. Hubo forecejeo, groserías, un par de golpes antes de que se lo llevaran a la rastra. Volvió el rostro ensangrentado hacia el sacerdote, que en un rincón de la habitación, apartado, simplemente observaba.
-Padre, perdóneme otra vez- gritó el joven-. Usted me entiende.
Lo sacaron de la habitación hacia un largo pasillo casi a oscuras.
El sacerdote se quedó en la celda unos segundos sin atreverse a dar un paso. Luego de un minuto lo intentó, pero se detuvo con el pie en el aire cundo oyó el eco de una frase feroz.
-¡Mátela, Padre! Mate a la maldita mosca, no me la puedo sacar de la cabeza.
Luego otra vez silencio.
Se arrodilló apenas, tembloroso. Rezó. Minutos, horas, días quizás. Sintió que dormía.
Los disparos lo despertaron. Sonido seco que retumbó en sus oídos, dejándole luego un zumbido, que se acercaba y se aleja caprichosamente, como si un insecto intruso se hubiese metido dentro de su cabeza.

Caminaba tristemente

Te recuerdo, después de tanto tiempo.
Caminaba tristemente. Decías que yo a veces caminaba a así, tristemente, lo decías y nunca entendía. Ahora entiendo. Caminar tristemente. Me decías tantas cosas que nunca entendí, y que ya no podré entender.
Recuerdo ese día que te conocí, cuando sentí tu aroma mezclado con alcohol, no te había visto todavía. Luego te ví, tan extraño, con esa mirada esquiva pero que me traspasaba. Estabas ebrio, te recuerdo casi siempre ebrio. Te conocí tan poco. O quizás te conocí demasiado, porque decías que ebrio eras más real. No lo sé.
Te comencé a recordar por ese aroma, el de tu perfume, nunca te pregunté cual usabas, y tampoco lo volví a sentir, pero supongo que en tu piel terminaba siendo distinto. En cada piel debe ser distinto, quizás por eso nunca lo volví a sentir.
Debí decirte tantas cosas, eso pensaba, incluso estaba por decidirme a llamarte y pedirte que me vieras, que me volvieses a decir que me amabas, como la primera vez, cuando nada te dije, porque no había nada que decir. Lo necesito ahora, que me ames, como solo tú podías hacerlo. Quizás la diferencia es cómo lo decías, quizás tampoco me amabas.
Estaba por decidirme, la brisa que me trajo tu olor era tan hermosa que te amé un segundo, un instante, te lo iba a decir, de verdad.
Luego vino el golpe, el chirrido, el metal doblándose, mi carne desparramándose, el dolor intenso, el instante en que entendí que no había visto la luz roja, y tampoco al furioso automóvil que arrastró mi cuerpo una distancia infinita.
Ahora el adormecimiento, y otra vez tu olor.
A un metro de mí veo una mano antes de que mis ojos se cierren definitivamente, pero es sólo una mano, el resto del cuerpo no sé dónde está. La mano huele a ti. Cómo quisiera que fueras tú.

domingo, 16 de agosto de 2009

Propóleo

Entre el ruido infernal, perpetuo, inquieta.
Un leve zumbido de advertencia.
Pánico y terror, tu camada esclava deja sus víceras aún palpitando, hiriendo, infectando, cadáveres, miles de cadáveres intentando vanamente aferrarse colectivamente a su mísera sobrevivencia.
Tiránica, me temes.
Recolecto lo que me pertenece. La resina antiséptica que me liberará, y a los míos, de los mismos terrores. Pero habrá una mano pálida que cosechará sobre mi cabeza, su propia dosis de propóleo.
Entre la miel y la cera.

sábado, 15 de agosto de 2009

Bofetada

El tema surgió de la nada, o más bien no lo recuerdo. Sí recuerdo que me lo pediste.
En resumen, estudié francés infinitas horas hasta sentirme lo suficientemente seguro.
Escogiste un poema de Baudelaire.
Comencé:
-Avons-nous donc commis une action étrange?
Tu voz surgió subterránea, anunciándose un instante antes como un sismo, tres silabas contundentes:
-¡Cállate!

viernes, 14 de agosto de 2009

Ir por lana

Un beso en el rostro luego del orgasmo.
No tenias que ser tan sarcástica: ¿Esperabas más?
El cigarrillo me supo a bilis.

jueves, 13 de agosto de 2009

Desierto

Estoy de pie, en las alturas, observando el desierto.
Es de noche, pero inusualmente no hace frío, quizás un poco.
La vastedad del vacío me muestra sus curvaturas a lo lejos, y la Cruz del Sur me indica hacia donde debería guiar mis pasos. Hay un sendero, quebradizo, empinado, que me llevaría cada vez más hondo en las negruras espesas de la noche. Un paso a la vez, un tímido y cobarde paso a la vez, un palmo mas adelante, con los ojos cerrados, pero se cuela entre mis párpados la luz de las estrellas, infinitas en el pequeño desierto cósmico. Mi rostro apunta hacia ellas, mis pies, dando pequeños pasos.
Cada pisada deja una huella, levanta polvo que vuela hacia mi olfato. Aridez sempiterna e inacabable. Tierra herida con surcos como zarpazos de calor.
Los ecos terribles del desierto me llaman desde lejos, premonición y un grito perentorio de advertencia: no salgas del sendero.
Abro los ojos, y el vacío aún mayor de las estelas de estrellas fugaces hiere mi ojo. Un paso a la vez, tímido, fuera del sendero.
Y como un castigo profundo, un relámpago parte el cielo en dos, y la tierra a mi derecha se levanta como sacudida por un fuerte golpe, desenfocando cada particula de arena un par de milimetro mas cerca mío, y toda la tierra a mi izquierda se recoge temerosa. Y como un castigo mayor, un trueno deshace la última resistencia de mis tímpanos, y sangran, sangran con sincera sangre, de sinceras heridas, y cada gota forma un lodo rojizo, violáceo.
Otro paso más, y una diminuta nube aparece a lo lejos, heroica como la silente espera de los caídos, y otro paso más, y otra nube, y otro paso más y otra nube, y ya corro agitado por las llanuras polvorientas, despertando a sus imperturbables durmientes, y corro hacia las ruinas de civilizaciones congeladas en un segundo de supremo dolor, ruinas cubiertas por sequías milenarias, que grano a grano cubrieron los restos de antiguas tribulaciones, de antiguas guerras, de antiguas derrotas.
Y corro cada vez más rápido sin detenerme, dejando una estela de nubes en cada tranco. Me persiguen caprichosas, sin intentar alcanzarme.
Y al borde del precipicio me detengo, y miro atrás.
Y las nubes se ciernen sobre el infinito marrón, y las cabezas de todos sus habitantes miran al cielo, buscando infructuosamente su mitad estelar. Nada hay por primera vez, solo un rojo intenso y cercano, amenazante. Y rugen desde profundidades mas antiguas las fieras indomables, celestiales, y como un llanto imprevisto, en un segundo, en un instante, se derrama toda la ira acumulada y vengativa, en todo lo ancho de las inmensidades terrenales. Como un manto de luz, la tierra recibe el velo anacarado, en capaz sucesivas, como una respiración contenida, como el ritmo perenne de la vida, y de la muerte.
Todo el desierto de llena y se ahoga de lágrimas indetenibles, y el repicar de cada gota en el suelo se eleva como una plegaria susurrada, de perdón. Suelo contrito, no puedes llorar lágrimas secas. Suelo contrito, yo te perdoné antes de la noche.
De pie en el precipicio, no queda nada mas que esperar, porque las nubes me dieron una corta tregua para que compusiera un canto de despedida, una canción final. Y las aguas unifican su cólera retenida y forman un veloz curso, y todas vienen hacia mí, inquietas, buscándome. Ciegas, aquí estoy esperándolas, aquí, al borde del precipicio, sin una pizca de temor, sin una tenue duda. Aquí descubriremos juntos la profundidad de nuestra tumba. Y las aguas tocan mis pies, y mis rodillas, y luego me abrazan como si no hubiese nada más para abrazar en el mundo, y el agua es cálida, y dulce y en un golpe imprevisto me besa dejandome completamente sumergido en su maternal caricia, y me arrastra sin que ofrezca resistencia y caemos, susurrándonos al oído, nada.
Despierto al amanecer, mientras se deslizan los ultimos arroyos entre mis dedos. El sol en un segundo vuelte todo a su aridez. En un segundo un nube emerge del suelo. Todo se agrieta y se resquebraja.
Estoy al fondo del abismo, y todo vuelve a ser como ayer. Vacío.
No me conformo, arriba sobre los peñascos, hay un sendero que me lleva hacia la Cruz del Sur. Debo seguirlo. Un paso a la vez, subiendo. Un paso a la vez, tímido y cobarde.
Oculto arriba, mi sendero, oculto arriba, tu desierto. Debo subir, un paso a la vez.
Cuando llego no hay sendero. Cuando llego, no hay desierto.
Una brisa fría inunda mi aliento. Como un espasmo todos los brotes me saludan. Un manto de flores oculta el sendero, y en cada minúscula agonía de belleza se ocultan todos los colores del mundo, y en cada pétalo temeroso la luz se convierte en una hermosura hiriente, y en cada célula de vida explota una melodía sutil, al unísono con el sol.
Las ruinas, limpias, las venero, y dejo mi sangre sobre ellas, pobre sacrificio, no hay nadie más.
Las extensiones infinitas de tu sublime perfección son más bellas, al mediodía, cuando no hay sombras.
¿Es esto mio?
¿Hay algo aquí que me pertenezca?
No, quizás debajo siga el sendero, nada más.
Pero es mío el extasis de haber presenciado como tu rostro se lavaba del tiempo, como una noche de lluvia inundaba cada uno de tus recovecos, y como cada semilla olvidada renace un día después. Eso es mío, y de nadie más.
Pronto se ocultará el tirano, y siendo las nubes mis cómplices, mis testigos, mi memoria, mi fuerza, y mi última melodía, construiré un sendero hacia la infinitud del cielo. Lucharé con el sol hasta hacerlo volver, nunca más el frío marchitará siquiera uno de tus pétalos. Y cuando el astro en su porfía quiera secar otra vez tu piel reluciente de vida, lo obligaré a detener sus rayos de ira, o escudaré tu belleza, que es en el fondo, la mía, con un manto de aguas, otra vez, una y otra vez, hasta que ya no me queden lágrimas.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Dos mendigos

Los invité por curiosidad, tan diferentes a los mendigos habituales, tan extraños y ajenos al inframundo al que ahora pertenecían. Debían guardar una historia muy particular, cada cual.
Uno, el más alto, delgado, de modales cuidadosos. Pálido, pero no de una palidez cadavérica, rosado de vez en cuando, casi ruborizado.
Otro, el bajo, de unos ojos azules profundos, parecía siempre ensimismado, calculando, se podría decir, midiendo, con cautela.
Los invité a comer, a un local cerca de dónde los solía ver mendigando.
Llegaron puntuales, muy limpios, ignoro de dónde sacaron la vestimenta que ese día mostraban. Casi normales, casi del todo respetables.
Me saludaron con entusiasmo, pero sin exageración. Nos sentamos, miraron la carta concentrados, pidieron cuatro, cinco platos, nada extraño, era indudable que sabían lo que hacían, y si bien llegué a pensar en un momento que ansiosamente intentarían comerse todo, luego me tranquilizó ver cómo el más delgado hacía a un lado un plato, luego de sólo probarlo. Claro, estaba muy mal preparado, un plato muy mediocre la verdad. No se midieron con el vino, y ahí el bajo demostró conocimientos acabados de cada cepa, de cada viña, de cada año.
Cuando ya la cena se acercaba a su final, degustando generosos postres, por fin me atreví a preguntar lo que tanto deseaba saber.
Comenzó el más bajo:
-Era ingeniero, teóricamente lo sigo siendo.
Muy bien, eso explicaba muchas cosas.
-Viví bien, generosamente, mucho tiempo. Me casé, tengo dos hijos.
Todo me parecía natural.
-Todo era perfecto, de cierto modo, aunque había un pequeño detalle.
Eso avivó mi curiosidad.
-Mi especialidad eran las estructuras. En realidad los puentes. No carecía de habilidad ni de conocimientos, sin embargo, cada vez que comenzaba a construir uno, éste indefectiblemente se venía abajo.
Eso sí era inesperado.
-Cualquiera podría pensar que un ingeniero cuyos puentes tienen un historial perfecto de derrumbes jamás vovlería a ejercer, pero, y esto es lo fantástico, jamás conocí la cesantía. Me llamaban de todas partes, dentro y fuera del país. Al principio pensé que la reputación de mi familia, o sus contactos me habría las puertas a nuevas oportunidades, que se me daba la chance de enmendar mis errores. Con el tiempo me dí cuenta de que no era así, que se me contrataba específicamente por mi capacidad, o por mi incapacidad de construir puentes. Quizás eso buscaban, o era parte ingenuamente de complots, o conspiraciones para que nunca la edificación llegase a término. No parecía probable. Incluso llegué a pensar o imaginar que no era mi culpa, en el fondo, pues mientras más me llamaban más me esmeraba yo en dejar en claro de antemano mis antecedentes como fracasado constructor de puentes.
Pensé que quizás, por eso, ahora era mendigo.
Se quedo pensativo unos instantes. El delgado le preguntó algo acerca de su preocupación, algo respecto a una estructura de material ligero, en un terreno abandonado, que habían levantado en la semana y que daría acogida a numerosos sin casa, según lo que pude entender.
-¿Te preocupa que tu trabajo se venga abajo?
-No-me respondió-. En lo absoluto. Sé muy bien que la estructura está perfecta. Y eso es lo malo. Verás, un día me encargaron la construcción de un puente importante, sobre un lago, que conectaría dos centros urbanos de envergadura. Como siempre, advertí a mis empleadores que lo más probable es que se derrumbara, no porque hiciera mal los cálculos, o por decisión mía, simplemente se derrumbaba todo lo que yo construía por motivos del todo fortuitos. No, no había intención, pero nunca imaginé lo que ocurrió después.
-¿Qué ocurrió?
Pensé que había sido una tragedia.
-Nada, no ocurrió absolutamente nada, el puente se construyó completamente y ahí está todavía, perfectamente firme, perfectamente construido.
Mi incredulidad se hacía sentir en mi rostro.
-Y eso fue mi perdición. Esperé meses, años, que los cimientos cedieran, que el viento hiciese su labor, o quizás un sismo medianamente agresivo, pero nada. Pasé innumerables tardes contemplando la única de mis obras que no se ha caído. Desde entonces todo lo que construyo jamás se cae. No pude más un día y, lleno de vergüenza, caí en el alcoholismo, y de ahí en adelante la historia es muy similar a cualquier otra.
Se produjo un silencio extraño en la mesa. Esperé que el otro mendigo contara su historia. Cuando ya era evidente que demoraba a propósito ese momento, se levantó disculpándose. En su ausencia me comentó el bajo:
-No lo dirá, siente vergüenza.
-¿Qué fue lo que le pasó?- pregunté son imprudencia.
-Se enamoró de la mujer de su hermano.
¿Era eso tan grave? me pregunté. El mendigo pareció adivinar mis pensamientos.
-Bueno, fueron amantes.
Se ponía interesante.
-Y la verdad es que ella le pidió que dejara todo, absolutamente todo atrás, su matrimonio, su familia, todo, que ella haría otro tanto y huirían juntos.
-Ella se negó.
-No solo eso.
El mendigo bebió de su café. una pausa. Sus ojos azules me miraron fijamente.
-El hermano lo sabía todo, desde el principio.
Solté un bufido.
Cuando volvió el delgado se le veía fresco, tranquilo, seguro de sí mismo. Como no hicimos mención alguna a su situación, me imagino que supuso que el otro me había contado en su ausencia.
Cuando ya la velada llegaba a su fin, y luego de haber conversado de diferentes temas, política, deportes, de la vida, los dejé invitados para otra ocasión. Me parecieron amenos, divertidos casi, inteligentes, cultos.
Esa segunda ocasión jamás llegó. Supe por terceros que el delgado en realidad seguía amando a la mujer que lo había traicionado, y que, sin que se supiera cómo, se había suicidado en el puente que maldecía constantemente el bajo.
A él lo volví a ver años más tarde, en el mismo local, esta vez igual de bien vestido, pero acompañado con personas que me parecieron a simple vista, distinguidas, elegantes. Cuando ya no aguanté más la curiosidad me acerqué a él. Me miró extrañado, confundido casi. No me recordaba. Le mencioné la cena, a su compañero, tampoco lo recordaba, y pareció ofenderse sinceramente cuando traté de recordarle su anterior condición de mendigo. Le pedí disculpas y me alejé, contrariado.
Después entendí todo.
Unos días luego de nuestra cena, la estructura que habían construido para los mendigos se había venido abajo, muriendo en el accidente tres de ellos. Una semana después el puente sobre el lago había cedido sin explicación alguna.
Me lo imaginé esos siete días, sentado, a orillas del lago, esperando pacientemente.

martes, 11 de agosto de 2009

Interrogatorio

Júbilo detrás de tus ojos cerrados.
La sangre se niega a abndonar mi rostro, desnudo por primera vez, las evidencias están sobre la mesa: dedos intentando tocarme, un ceño ligeramente fruncido, espectación en el aliento.
Dices más de lo que quieres, y mientes, no soy ni quiero ser el culpable de la miseria que me muestras. Imágenes retratando a un morboso espectador. Carne marchita, bolsas de papel usadas, vacías, basura acumulandose en mis retinas.
Fluyes, fluctuas, marea incontenible, tu cordura es la seña de que no temo. Y la persistente e infatigable paciencia de tu tarea merece todo mi respeto, y mi desprecio. Metódica, perseverante, como un cáncer, mañana te detendrás un instante y dudarás, sinceramente dudarás de lo que hoy me dices. Porque mientes, y la causa de tu falsedad está sentada fente a tí llorando una falsa culpa.
Porque podría, por eso me odias, porque soy capaz. Y la horrible posibilidad es a lo que más temes, porque no me detendría y renunciarías frente a mi indetenible ira.
Pero no me temas, estoy de tu lado, esta vez, y en un juego sucio y maquiavélico como un mártir sostendré tu decadencia, cuando rueges que perdone tu insolente apuesta. Y no lo haré, porque no es de ti ni de mi de quien el verdadero asesino se ríe, sino de nosotros.
Genio infantil que me muestras que todo es tan brutalmente inútil, tan redundantemente absurdo.
Júbilo detrás de tus ojos cerrados.
La verdad danza inalterada frente a nuestros ojos, y la ignoramos tan inocentes e ingenuos como las víctimas de nuestro mutuo verdugo, santo sacerdote cubierto de áuras, terribles como lo real, oscuras como lo tangible.
Respiración agitada, temblor de manos. Y tu ridícula fe me repite hasta el cansancio: firma, firma, como una plegaria irrelevante que con los años ha perdido su significado.
Y eso hago: firmo mi confesión.

domingo, 9 de agosto de 2009

Invisible

El último hombre invisible está muerto.
Recuerdo cuando me di cuenta que existía. Lo escuché una vez llorar mientras me quedaba dormida. Al principio pensé que era un sueño, o una alucinación inducida por lo que solía ingerir por aquella época, en las noches.
¿Cómo supe que era el último? No lo sé, quizás porque nunca pude encontrar otro, aunque probablemente no haya buscado lo suficiente. Lo sabría de todos modos, porque quienes conocimos su existencia de alguna manera, nos damos cuenta de que otro comparte ese secreto. Una señal, como un hálito frío en medio de la calidez del aliento, algo así. Y he preguntado, bastante, y me responden que no, que no han visto a otro (aunque ver es un decir). Me Es suficiente con ese antecedente. Bueno, yo digo que era el último hombre invisible, pero la verdad, bien podría ser el único, en ese caso también es el último, creo. El primero y el último.
El último hombre invisible no solía ocultar su existencia, no lo hacía a propósito por lo menos, ruido, así se delataba, no era muy cuidadoso. Me pregunto porqué no lo hacía, quizás ahora estaría vivo si no se hubiese delatado.
La mayoría de las personas que supieron que existía no le temía, parecía tan indefenso, y tan triste. Pero algunos temían que su invisibilidad le hiciera posible introducirse dentro de otro cuerpo, e incluso, ver los pensamientos. Una idea estúpida. Y si fuese cierto tampoco era para temer.
Una vez intenté entablar una conversación con él. Pero no respondía, y curioso, dejaba de hacer ruido. Quizás la forma en que veía el mundo era diferente, ajena a como lo vemos nosotros, quizás su pensamiento se configuraba de acuerdo a esa misma extraña visión, pues ser invisible debería afectar a cómo percibes el mundo, creo, me imagino. No me dijo nada y no insistí. Debió sentirse tan solo, pero no lo estaba, en lo absoluto, y muchos creemos firmemente que más que lástima, le llegamos a tener un poco de cariño. Ojalá lo haya comprendido alguna vez.
No sé si podía tocar, si tenía tacto, creo que no, bueno, yo nunca pude tocarlo a él, lo intenté varias veces, es que me producía una leve curiosidad el ignorar porqué estaba ahí, porqué me buscaba. Ahora que lo pienso un poco mejor, quizás no me buscaba, simplemente estaba ahí antes de que yo llegase, una coincidencia.
¿Cómo supe que había muerto? Bueno, una vez creí sentir algo en mi piel, como un hilito de agua o algo húmedo que me recorría el muslo. Me toqué pero mi piel estaba completamente seca. Luego sentí el aroma. Olor a sangre, me olí la mano, era sangre, sangre transparente, e intangible, pero olía. Le pregunté si estaba herido pero nada dijo, como siempre.
Con el tiempo ya no volví a oir su pesado andar, su respiración acelereda, sus llantos.
Unos días después alguien me contó, una amiga, que en la casa de un conocido en común había un extraño aroma. Le dije que me acompañara a ver de qué se trataba. Cuando entramos comprendí. El extraño aroma, una fetidez entre dulzona y picante, era olor a cadáver. Obviamente no encontramos nada al registrar la casa. Obviamente el aroma lo producía el cadáver del hombre invisible. Sacamos todos los muebles de la casa. El olor seguía ahí. Limpiamos todo, aboslutamente todo. El olor seguía ahí. Me imaginé su cuerpo pudriéndose, alimentando invisibles gusanos, convirtiéndose con el tiempo en invisibles moléculas, en indivisibles átomos. Aconsejé al dueño de casa que se mudara, y creo que eso hizo.
Cuando lo recuerdo siento un poco de tristeza, lo extraño un poco también.
He llegado a pensar que alguien lo mató, pero es difícil, pues tendría que haber sido con un arma invisible, y claro, nadie la podría tomar. O quizás sí lo mataron con un cuchillo invisible, otra persona invisible, pero silenciosa. O quizás se suicidó.
Bueno, nunca lo sabré.

sábado, 8 de agosto de 2009

Humo y cenizas frente al espejo

Subimos a mi habitación a buscar tus cosas, te acompañaría hasta la puerta y te diría adiós. Lo ocurrido antes no importa, de pronto todo comenzó a existir ahí, justo en ese momento.
-Fumémonos un cigarro antes.
Los encendí y me senté a tus pies. Con las rodillas dobladas te veías tan pequeña como siempre. Te sonreí.
-¿Cómo crees que sería feliz?-me preguntaste divertida.
Advierto en tus ojos siempre la trampa de tus especulaciones.
-Así-respondí de inmediato, tan brutalmente sincero como quieres que sea.
Un hilo de voz me traspasó de lado a lado.
-¿Así cómo?
-Así, tal cual, daría mi vida porque siguieras así.
La seriedad de tu rostro me asustó. Como un mal reflejo en las aguas, tirité esperando la siguiente pregunta. Quizás debí mentir, siempre me lo pregunto, y la respuesta ya no vale nada. Pero faltaba más.
-¿En serio?
Sabes que no bromeo, que nunca bromeo. No hay pretención alguna en lo que digo y siento, hay espacio, un espacio amplio en donde puedes habitar cuanto te plazca, y una puerta mucho más amplia aún. Desde el umbral, te miro.
-Si de mí depende nunca cambiarias.
Tus ojos brillaron por primera vez, me pediste que me acercara.
-Son hipótesis-me dijiste-. Siempre juegas.
-Bajo tus reglas siempre juego.
-¿Y no temes perder?
-Siempre pierdo.
Me besaste furiosamente, y de verdad me sorprendió, nunca dijiste nada, nunca demostraste nada, siempre tan distante, siempre tan dulcemente distante. No era real, llegué a pensar.
Dejaste que te besara, que recorriera tu rostro deteniéndome en cada ausencia. Dejaste que te abrazara, y bajo mi cuerpo te arrullabas como si escaparas de frío, de ese frío persistente que todo lo corrompe. Sentí tu deseo tímido insinuandose en mi oído, y las mareas de culpa inundándote espasmódicamente en cada corto suspiro.
-¿Cómo llegamos a esto?-me preguntaste de pronto.
No lo sabía, pero pensé con rapidez.
-Me preguntaste cómo serías feliz, y te respondí que así, tal cual eres, que ya eres feliz. Me besas porque lo que te hace feliz es que te ame, en silencio y a la distancia. Ahora te detienes porque ya no es en silencio, y estás cerca.
-Deberíamos irnos-me interrumpiste.
Sí, había sonado terrible, pero era verdad.
-Quédate conmigo.
Me volviste a besar, esta vez con más furia que antes. Permitiste que en mi insolencia levantara tu blusa y acariciara tu piel, me dejaste recorrer con los labios los laberintos de tu delicada vulnerabilidad, unos segundos, antes de preguntarme, rogando, con la mirada, porqué todo era tan extraño.
Desperté con tu aroma aún embotándome el juicio. No quise respirar para retenerlo, ya ha pasado tanto tiempo que es la única forma de recordarlo. Sentí como se evaporaba tu humedad en mis labios. Cuando ya no pude más, encendí un cigarrillo.
Siempre te sueño después de visitar tu lápida.

viernes, 7 de agosto de 2009

Delirios de sol

Las mañanas más largas se resisten a dejar paso a la tarde.
A veces tocan la noche.
En ocasiones son tan frías que dejan un débil manto de escarcha, sobre charcos lodosos. Tomé más de una vez los delicados cristales, para ver comos se deshacían entre el calor de mis manos. Tranparentes, lloraban los hielos lágrimas presurosas. Detrás, el sol ya no me enceguecía, y la humedad se deslizaba bajo mis ropas desparramando el agua turbia sobre mi piel infantil.
A veces, el sol se colaba entre las heridas, y dolía, sinceramente dolía, seguir observando impávido su furia amarilla.
En más de una ocasión acompañé a la escarcha en su huida, pero mis aguas eran tibias.
Lentamente las mañanas se hacen más fuertes, agresivas, luminosas se burlan de mi quietud sombría.
Me han dicho que el movimiento produce calor, no entiendo porqué entonces mi inmovilidad es febril. Cómo quisiera que me tocara la escarcha, una sola vez, que tomara mi sangre y de pronto, por un segundo, detuviera su circular furioso por mis venas.
Luego todo comenzaría otra vez.
Pero tengo paciencia, las mañanas se van haciendo cada día más largas y ya no podré, en el futuro, seguir resistiendo y cuando ya todo se cubra de hielo, seré el último en dedicarle un débil movimiento, el primero, justo antes que se cumpla mi último deseo.

Sed

Puedo esperar, como las olas esperan que las rocas se vuelvan arena.
Forman en su febril insistencia un canto eterno.
Pero me extraña ver cómo se van deshaciendo los silencios, castillos frágiles tratando de conquistar la inmortalidad,
Todo huele a sal.
Y el viento va erosionando una resistencia inútil, en el fondo, todos somos ancianos.
Muy en el fondo niños, dejando huellas perennes, tratando de aligerar el paso, es difícil correr sobre una humedad inquieta, que viene, y se va.
Como niños ancianos, recordando estúpidamente cada ocaso moribundo, esperando la noche, la tibieza acogedora de un final, en un suspiro.
Alta mar, todo huele a sal.
Y si viajar después de toda rutina es la respuesta natural, sigo preguntándome entonces porqué no hay barcos con alas.
Barcos hundiédose en un mar de lava.
Sigo esperando sonidos, un tono espeso, o un crujir de mástiles, soñando despierto que no estoy sentado a la orilla de tu cuerpo.
Cuando despiertes seguiré ahí, alimentando tu muerte, mirando atrás.
Océano de sal.
Estatua de sal.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Mi visita al cementerio

No había dormido en siglos, y andaba cerca. No era de noche.
Deambulé somnoliento entre los mausoleos, admirando su forma, más no su contenido, que se me antojó no tan putrefacto como la formalidad necrológica lo requería. Pero habían cipreses, enhiestos cipreses onduleantes, por suerte.
Me embotó en algún momento el persistente ahora a flores baratas mezclado con tierra húmeda. Me distraían de tan insistente aroma, los murmullos y los llantos, algunas risas, pisadas, de pronto alguien tosía, música desafinada o un vozarrón hipócrita, que se yo, cosas que suelen oirse.
El día se iba y se me ocurrió la infeliz idea de pasar la noche ahí. Busqué dónde pero nada había excepto por un pequeño nicho casi a ras del suelo, con la tapa partida en dos, que quité con un ligero puntapié. No había espacio para mí, pero no carezco de empeño ni coraje, así que comencé a trazarme un plan.
Encendí un fósforo tratando de iluminar el interior, pero la tenue luz solo me mostró mi mano. Lo único que quedaba era el tacto.
Habían tantos cadáveres que me fue imposible calcular su número. Me sorprendió que en tan pequeño espacio cupiese tanto cuerpo, para bien, pues aumentaba mis posibilidades. Eran pequeños, los cuerpos, reducciones quizás, estaban muy mal distribuidos, así que decidí probar suerte ordenándolos. Los palpé uno a uno, haciéndome mentalmente un mapa de su tamaño y ubicación. Al cabo de unas horas ya tenía todo planificado en mi mente y comencé la tarea. No fué sencillo ni agradable, terminé sudado y más cansado que antes, si se podía estar más cansado de lo que ya estaba.
Me disponía a entrar en mi improvisado dormitario cuando me di cuenta que alguien estaba a mi espalda.
Era un muerto, un cadáver, de pie, con las cuencas de los ojos vacías, la carne del rostro agusanada, huesos rotos, ropa inmunda. No sé si se percató de mi presencia, creo que no. Avanzó hasta el nicho y lentamente comenzó a meterse en su interior.
Impertinente me pareció su accionar, pero no quise interrumpirlo, de todas formas me pareció díficil, el cadáver era bastante más alto que yo y probablemente más fuerte, o eso dicen acerca de los zombies, porque me imaginé que era un zombie. ¿Cuál será la definicion de zombie?
Mi desazón fue mayúscula cuando me di cuenta que la noche aclaraba. Decidí largarme del cementerio, convencido de mi mala suerte.
Cuando me disponía a franquear la salida, sentí que alguien me tocaba al hombro.
-¿Para dónde va?-me preguntó un anciano de uniforme.
-La verdad, no lo sé-pensé un rato-. En realidad solo quiero largarme de aquí.
-Pues eso no será posible-me dijo el anciano.
Pregunté el porqué.
Me explicó que estaba muerto y que los muertos no pueden abandonar el cementerio, sería impropio. Él era el guardia del cementerio y no podía permitir eso. No supe por dónde comenzar a interrogarlo.
-Pero yo no estoy muerto.
-Le demostraré que usted está muerto.
Me quedé atónito y de alguna manera, espectante.
El viejo comenzó:
-Primero, las gentes vivas deben abandonar el cementerio entre las ocho de la noche y las ocho de la mañana, pues siendo las seis a.m. no puede usted ser parte de las gentes vivas.
-Pero podría pasar que siendo vivo hubiese querido quedarme.
-Eso es imposible por lo siguiente:
a) Nunca ha pasado algo así antes.
b) Tendría que haberme olvidado de revisar todo el recinto antes de cerrar, algo imposible a su vez por lo siguiente:
b.1)Nunca ha pasado algo así antes.
b.2)Soy muy responsable y celoso en el cumplimiento de mi deber, y nunca he olvidado mis labores, pues es imposible por lo siguiente:
b.2.1) Nunca ha pasado algo así antes.
b.2.2) Nunca me olvido de nada, pues eso es imposible por lo siguiente...
Lo interrumpí antes de que me convenciera.
Le dije que muy bien, que me quedaría en el cementerio y me dijo que ya era hora de que me metiera en mi sepultura, a lo que contesté que no sabía cual era, con el convencimiento de que la ausencia de una morada para mi supuesto cadáver convenciese al guardia de que estaba vivo. Lógico.
Mi sorpresa fue inmensa cuando el guardia me dijo que lo acompañara, y al seguirlo vi que se detuvo frente al nicho en el que había intentado entrar. Le pregunté cómo sabía que era mio.
-Por las iniciales: M.I.C.H.
Efectivamente, eran mis iniciales.
Cuando el guardia se fue me di cuenta que había olvidado preguntarle dos cosas: cómo sabía él cuáles eran mis iniciales y por qué si el nicho era mío había en él otros muertos. Decidí verificar lo último.
Seguían ahí, excepto el zombie.
Algo en mi interior me dijo que debía buscarlo y eso hice. Lo ví deambulando por los pasillos, mirando otras tumbas (en realidad no podía ver, quizás las olfateaba) y me sorprendí al descubrir que habían muchas abiertas que yo no había visto antes. Se metió en una de regular tamaño. Esperé unos minutos y volví a mi supuesta última morada.
Como estaba cansado volvió a mí el deseo de dormir allí, pero cuando estaba por entrar volvió el zombie y ocupó mi lugar. No podía creerlo, si había muchos otros lugares a su disposición insistía el maldito en ocupar el único que ya sentía, de alguna manera, mío. Metí la cabeza apenas dentro y le grité un par de improperios. Cuando saqué la cabeza me dí un fuerte golpe en la parte superior de la entrada. Mas me vale no insultar a los muertos, me dije a mi mismo, he sido castigado por mi insolencia.
Ya era de día y estaba cansado así que me tendí entre pequeños arbustos con flores. La visión de un cielo semicubierto de nubes, por las que se colaban débiles rayos de sol pensé que me haría dormir, pero no pude, tal era la belleza de lo que observaba que no podía desconcentrarme, no podía dejar de pensar en eso. Me puse de pie, abatido y camine sin rumbo, o en realidad, en círculos, no sé muy bien cuanto tiempo, días quizás.
Ví al zombie entrando en diferentes lugares, mausoleos, escavándo la tierra, abriendo nichos. Con el tiempo comprendí que cuando yo intentaba entrar en el mío él lo hacía justo antes, pero si yo no lo intentaba, lo mismo le daba. Comencé a odiarlo.
Un día decidí matar al guardia y escapar de ese lugar, de esa prisión, de ese infierno en dónde no podía dormir un segundo. No lo encontré. Pregunté a otro guardia y me contestó que no había nadie con esas señas. Y me fui por fin, pues el guardia jóven no insistió, ni siquiera mencionó, la posibilidad de que yo fuese un difunto.
Con el tiempo he llegado a pensar que el viejo estaba muerto en realidad, nunca lo sabré pues no volveré jamás. O quizás vuelva, pero después de que haya dormido algo, pues sigo, ahora en medio de las gentes vivas, atrapado en mi infinito insomnio.

martes, 4 de agosto de 2009

Menguante

Hace años ya que ocurrió el último de tus plenilunios.
Si hubiese sabido antes hubiese buscado tu diestra desde el comienzo, así desde el principio me dibujarías apenas en la penumbra.
Y mis penosas ofrendas te ofrecí alrededor de gigantezcas hogueras, piras de débiles presas, cuando el sol lo anuncia me detengo inmediatamente. Pero sigues, a veces, observándome, y mi vergüenza es tan infinita como infinito es tu sueño.
Bajo tierra los restos de cada víctima se pudren como el silencio.
Una vez quise cantarte, buscando sosiego, no quiero seguir asesinando para que sepas cuanto te venero. Pero te irritaste tanto que desapareciste por horas, días, meses.
Cuando tu rostro enrojecido me dijo silenciosamente que me detuviese, la porfía de mi fe idiota me lo impidió. Ahora te vas lentamente otra vez, y aunque siento que sigues ahí, simplemente dándome la espalda, quisiera ver de lleno tu rostro antes del fin.
Mañana la hoguera estará en la otra mitad del cosmos y como si hubieses estallado en millones de pequeños pedazos, la luz estará diseminada en la infinidad del cielo oscuro.

Sin título

Debí estar a más de cien metros de ti.
O un poco menos.
Velé mis armas en silencio, repitiendo en mi mente una frese cadenciosa. No dormí un sólo segundo. Decúbito me sorprendió el primer rayo de sol, y me llené de ansias de amanecer. Me puse de pie y mis rodillas adoloridas crujieron protestando. Salí a darte caza.
No me costó encontrarte, dejas un rastro de sangre por donde pisas. Y como las moscas a un cadáver, mis instintos se guían hacia los tuyos.
Pero no huías, y, ciego y torpe otra vez, no le di importancia. El primer susurro que no pude descifrar debió alertarme, pero el botín es tan grande, la odisea tan heroica, el deseo tan febril, que cometí el segundo error.
Pero no huías y ya estabas a mi alcancé, y ahí dudé, pues por primera vez te rendías al miedo. Apunté.
Me pregunto cuál fue el tercer error, aunque ya es tarde.
Debí estar a más de cien metros de ti, porque el sonido me llegó un poco después de que tu bala me perforara el cráneo.

lunes, 3 de agosto de 2009

Victimario

Nunca siembro lo que cosecho, siempre son otros los que se ocupan de hacer fértiles los áridos desiertos de la monotonía. En tí no habia excepción.
Cuando te encontré la rigidez cadavérica de los ademanes de tu rostro fueron la señal perfecta de que mi faena estaba pronta.
No me equivoqué, jamás me equivoco, y como un perro rabioso te olfeteaba llenando mis pulmones con el aroma de tu miedo.
Pero no te ladré, jamás ladro.
Y aquí estás tendida a mi lado sintiéndote tan segura. Y haces bien, pues soy el perfecto custodio de tu testamento, fiel ejecutor, que me has ido dictando copa tras copa.
Tomo tu cuello entre mis manos y estás sobre mi.
Susurros entrecortados. Espasmos.
Tus manos sobre mi cuello me hacen preguntarme si acaso no soy yo el victimario.
Y sigues sobre mi y no hay nada más que tú sobre mi. Y el dolor de mi placer intentando alcanzarte me distrae.
Me odias porque no puedo matarte.
Pero al amanecer, sobrios, volveré a sentir el dulce perfume de tu temor.
Y ahí no dudaré, quizás.
Soy el peor de los asesinos.

sábado, 1 de agosto de 2009

Segundo circular

A veces un temblor imprevisto, un ruido subterráneo.
A veces, un murmullo apenas audible, un chirrido molesto penetrando las sienes, hiriendo la conciencia.
Casi siempre un tedio infinito.
Hay un monstruo oculto debajo de cada cama, hecho de segundos circulares, un monstruo idéntico a ti, un gemelo siniestro que vive en la sombra, que te envidia, que te odia, y que a la larga te ama demasiado.
Es sencillo sucumbir ante la paranoia de su evidente existencia, pero menos sencillo resulta sentir su bocanada fétida a contra ritmo de tus suspiros. Se lleva cada molécula de aire que expiras, en un resuello inmisericorde.
Su miseria es peor que la tuya, su vigilia, cuando duermes, pura agonía. Pero esa vigilia también es circular, y tarde o temprano la tuya observa sus espasmos de pesadillas inciertas, tan perdido tu gemelo se haya en los laberintos oscuros de tus peores deseos.
Y allí, este incestuoso engendro se vuelve fraticida.
Detente un instante para mirarlo a los ojos, y comprenderás que sólo espera que le regales por compasión la eutanasia.
Detente un instante para mirarlo a los ojos, para descubrir la belleza de su moribunda súplica.
Detente un instante para mirarlo a los ojos y ver allí los tuyos.

De hoja caduca

Una sutil brisa fría te sumió en la desnudez.
Como un murmullo de martillos el golpe fue fatal.
Y el manto marrón y amarillento bajo tus pies es el recuerdo de tiempos más cálidos.
Entre esa espesura tetimonial hay jóvenes cadáveres, que yacen ingenuos y sin culpa, arrastrados en un frenesí ciego y suicida.
No fue la primera vez que te observé, pero sí la primera en la que descubrí la fealdad de tus raices, y tus dedos deformes, tratando desesperadamente de tocar el cielo.
Y lo tocas, pero no es suficiente.
En tu quietud inquieta, temblorosa, el tiempo se rie de ti, de tus estériles intentos de conquistar la eternidad, Y sería un juego justo de no ser por la sed infinita que te ha congelado el rostro en esa mueca espantosa de dolor, de lucha.
Y con gusto retomaría la senda para encontrarme otra vez frente a ti, esta vez armado con una afilada hoja para apurar tu muerte, tanta agonía merece mi violenta recompensa, pero sé que otra brisa más tibia traerá devuelta tus andrajosas vestiduras, y que volverás a creer que el mundo ésta vez te sonríe, y hallarás compañia en quienes te desprecian tomandote como un objeto, una herramienta, un refugio, o alimento, y cavarás cada vez más hondo buscando saciarte, despertando el tacto resbaladizo, una viscosidad nauseabunda, que considerarás necesaria justificando un sol brillante. Y yo estaré ebrio de melancolía mirando como cada uno de sus rayos va marcandote con surcos imborrables, y deseando que las noches vuelvan a ser largas para ser el único, otra vez el único, que no te denosta cuando ya no sirves para nada.