miércoles, 5 de agosto de 2009

Mi visita al cementerio

No había dormido en siglos, y andaba cerca. No era de noche.
Deambulé somnoliento entre los mausoleos, admirando su forma, más no su contenido, que se me antojó no tan putrefacto como la formalidad necrológica lo requería. Pero habían cipreses, enhiestos cipreses onduleantes, por suerte.
Me embotó en algún momento el persistente ahora a flores baratas mezclado con tierra húmeda. Me distraían de tan insistente aroma, los murmullos y los llantos, algunas risas, pisadas, de pronto alguien tosía, música desafinada o un vozarrón hipócrita, que se yo, cosas que suelen oirse.
El día se iba y se me ocurrió la infeliz idea de pasar la noche ahí. Busqué dónde pero nada había excepto por un pequeño nicho casi a ras del suelo, con la tapa partida en dos, que quité con un ligero puntapié. No había espacio para mí, pero no carezco de empeño ni coraje, así que comencé a trazarme un plan.
Encendí un fósforo tratando de iluminar el interior, pero la tenue luz solo me mostró mi mano. Lo único que quedaba era el tacto.
Habían tantos cadáveres que me fue imposible calcular su número. Me sorprendió que en tan pequeño espacio cupiese tanto cuerpo, para bien, pues aumentaba mis posibilidades. Eran pequeños, los cuerpos, reducciones quizás, estaban muy mal distribuidos, así que decidí probar suerte ordenándolos. Los palpé uno a uno, haciéndome mentalmente un mapa de su tamaño y ubicación. Al cabo de unas horas ya tenía todo planificado en mi mente y comencé la tarea. No fué sencillo ni agradable, terminé sudado y más cansado que antes, si se podía estar más cansado de lo que ya estaba.
Me disponía a entrar en mi improvisado dormitario cuando me di cuenta que alguien estaba a mi espalda.
Era un muerto, un cadáver, de pie, con las cuencas de los ojos vacías, la carne del rostro agusanada, huesos rotos, ropa inmunda. No sé si se percató de mi presencia, creo que no. Avanzó hasta el nicho y lentamente comenzó a meterse en su interior.
Impertinente me pareció su accionar, pero no quise interrumpirlo, de todas formas me pareció díficil, el cadáver era bastante más alto que yo y probablemente más fuerte, o eso dicen acerca de los zombies, porque me imaginé que era un zombie. ¿Cuál será la definicion de zombie?
Mi desazón fue mayúscula cuando me di cuenta que la noche aclaraba. Decidí largarme del cementerio, convencido de mi mala suerte.
Cuando me disponía a franquear la salida, sentí que alguien me tocaba al hombro.
-¿Para dónde va?-me preguntó un anciano de uniforme.
-La verdad, no lo sé-pensé un rato-. En realidad solo quiero largarme de aquí.
-Pues eso no será posible-me dijo el anciano.
Pregunté el porqué.
Me explicó que estaba muerto y que los muertos no pueden abandonar el cementerio, sería impropio. Él era el guardia del cementerio y no podía permitir eso. No supe por dónde comenzar a interrogarlo.
-Pero yo no estoy muerto.
-Le demostraré que usted está muerto.
Me quedé atónito y de alguna manera, espectante.
El viejo comenzó:
-Primero, las gentes vivas deben abandonar el cementerio entre las ocho de la noche y las ocho de la mañana, pues siendo las seis a.m. no puede usted ser parte de las gentes vivas.
-Pero podría pasar que siendo vivo hubiese querido quedarme.
-Eso es imposible por lo siguiente:
a) Nunca ha pasado algo así antes.
b) Tendría que haberme olvidado de revisar todo el recinto antes de cerrar, algo imposible a su vez por lo siguiente:
b.1)Nunca ha pasado algo así antes.
b.2)Soy muy responsable y celoso en el cumplimiento de mi deber, y nunca he olvidado mis labores, pues es imposible por lo siguiente:
b.2.1) Nunca ha pasado algo así antes.
b.2.2) Nunca me olvido de nada, pues eso es imposible por lo siguiente...
Lo interrumpí antes de que me convenciera.
Le dije que muy bien, que me quedaría en el cementerio y me dijo que ya era hora de que me metiera en mi sepultura, a lo que contesté que no sabía cual era, con el convencimiento de que la ausencia de una morada para mi supuesto cadáver convenciese al guardia de que estaba vivo. Lógico.
Mi sorpresa fue inmensa cuando el guardia me dijo que lo acompañara, y al seguirlo vi que se detuvo frente al nicho en el que había intentado entrar. Le pregunté cómo sabía que era mio.
-Por las iniciales: M.I.C.H.
Efectivamente, eran mis iniciales.
Cuando el guardia se fue me di cuenta que había olvidado preguntarle dos cosas: cómo sabía él cuáles eran mis iniciales y por qué si el nicho era mío había en él otros muertos. Decidí verificar lo último.
Seguían ahí, excepto el zombie.
Algo en mi interior me dijo que debía buscarlo y eso hice. Lo ví deambulando por los pasillos, mirando otras tumbas (en realidad no podía ver, quizás las olfateaba) y me sorprendí al descubrir que habían muchas abiertas que yo no había visto antes. Se metió en una de regular tamaño. Esperé unos minutos y volví a mi supuesta última morada.
Como estaba cansado volvió a mí el deseo de dormir allí, pero cuando estaba por entrar volvió el zombie y ocupó mi lugar. No podía creerlo, si había muchos otros lugares a su disposición insistía el maldito en ocupar el único que ya sentía, de alguna manera, mío. Metí la cabeza apenas dentro y le grité un par de improperios. Cuando saqué la cabeza me dí un fuerte golpe en la parte superior de la entrada. Mas me vale no insultar a los muertos, me dije a mi mismo, he sido castigado por mi insolencia.
Ya era de día y estaba cansado así que me tendí entre pequeños arbustos con flores. La visión de un cielo semicubierto de nubes, por las que se colaban débiles rayos de sol pensé que me haría dormir, pero no pude, tal era la belleza de lo que observaba que no podía desconcentrarme, no podía dejar de pensar en eso. Me puse de pie, abatido y camine sin rumbo, o en realidad, en círculos, no sé muy bien cuanto tiempo, días quizás.
Ví al zombie entrando en diferentes lugares, mausoleos, escavándo la tierra, abriendo nichos. Con el tiempo comprendí que cuando yo intentaba entrar en el mío él lo hacía justo antes, pero si yo no lo intentaba, lo mismo le daba. Comencé a odiarlo.
Un día decidí matar al guardia y escapar de ese lugar, de esa prisión, de ese infierno en dónde no podía dormir un segundo. No lo encontré. Pregunté a otro guardia y me contestó que no había nadie con esas señas. Y me fui por fin, pues el guardia jóven no insistió, ni siquiera mencionó, la posibilidad de que yo fuese un difunto.
Con el tiempo he llegado a pensar que el viejo estaba muerto en realidad, nunca lo sabré pues no volveré jamás. O quizás vuelva, pero después de que haya dormido algo, pues sigo, ahora en medio de las gentes vivas, atrapado en mi infinito insomnio.

1 comentario:

Amapola dijo...

hey! insomne escritor...
me siento particular e inesperadamente identificado, se te ocurre por qué?...