martes, 4 de agosto de 2009

Sin título

Debí estar a más de cien metros de ti.
O un poco menos.
Velé mis armas en silencio, repitiendo en mi mente una frese cadenciosa. No dormí un sólo segundo. Decúbito me sorprendió el primer rayo de sol, y me llené de ansias de amanecer. Me puse de pie y mis rodillas adoloridas crujieron protestando. Salí a darte caza.
No me costó encontrarte, dejas un rastro de sangre por donde pisas. Y como las moscas a un cadáver, mis instintos se guían hacia los tuyos.
Pero no huías, y, ciego y torpe otra vez, no le di importancia. El primer susurro que no pude descifrar debió alertarme, pero el botín es tan grande, la odisea tan heroica, el deseo tan febril, que cometí el segundo error.
Pero no huías y ya estabas a mi alcancé, y ahí dudé, pues por primera vez te rendías al miedo. Apunté.
Me pregunto cuál fue el tercer error, aunque ya es tarde.
Debí estar a más de cien metros de ti, porque el sonido me llegó un poco después de que tu bala me perforara el cráneo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me acuerdo de ese día como si fuera ayer.