viernes, 7 de agosto de 2009

Delirios de sol

Las mañanas más largas se resisten a dejar paso a la tarde.
A veces tocan la noche.
En ocasiones son tan frías que dejan un débil manto de escarcha, sobre charcos lodosos. Tomé más de una vez los delicados cristales, para ver comos se deshacían entre el calor de mis manos. Tranparentes, lloraban los hielos lágrimas presurosas. Detrás, el sol ya no me enceguecía, y la humedad se deslizaba bajo mis ropas desparramando el agua turbia sobre mi piel infantil.
A veces, el sol se colaba entre las heridas, y dolía, sinceramente dolía, seguir observando impávido su furia amarilla.
En más de una ocasión acompañé a la escarcha en su huida, pero mis aguas eran tibias.
Lentamente las mañanas se hacen más fuertes, agresivas, luminosas se burlan de mi quietud sombría.
Me han dicho que el movimiento produce calor, no entiendo porqué entonces mi inmovilidad es febril. Cómo quisiera que me tocara la escarcha, una sola vez, que tomara mi sangre y de pronto, por un segundo, detuviera su circular furioso por mis venas.
Luego todo comenzaría otra vez.
Pero tengo paciencia, las mañanas se van haciendo cada día más largas y ya no podré, en el futuro, seguir resistiendo y cuando ya todo se cubra de hielo, seré el último en dedicarle un débil movimiento, el primero, justo antes que se cumpla mi último deseo.

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