miércoles, 6 de octubre de 2010

Invierno

Te azotan las ventiscas de la ausencia.
Pero aunque no pueda cubrir tus manos con las mías siempre te quedas con todo lo que te puedo dejar.
Te debo mucho más que eso.
Te dejaría mi piel, así, cuando no estoy, quizás podrías volver a ver las cicatrices que conservo como huellas del tiempo, quemaduras del último estío y las marcas de tus propias manos, aunque se cubriera de cristales tu vista. Recordarías que basta un pálido sol para disipar la niebla o derretir el suspiro sólido del temor.
No pensarías que estamos atrapados en una sucesión inerte de días claros y grises, sino que hubo un génesis con un primer rayo de luz marcando una única silueta. Un amanecer repitiéndose cada vez que vuelvo a buscar mi piel.
Repitiéndose infinitamente, pues son eternos los ciclos de las estaciones.