miércoles, 23 de diciembre de 2009

Al amanecer

Cuando se filtraron los espacios oníricos entre las sábanas deslucidas, me atrapó un silencio que llevo colgado al cuello. Cuando las paredes de mi habitación se destiñeron convirtiendo el vacío en un blanco luminoso, dejó de enceguecerme el fulgor de la luz del sol.
Y aunque el ansia se va disipando convirtiendose en dulce fe, no necesito desesperanzarme llenando una hoja blanca con letras de furor y pánico, ni acallar cada pregunta imperiosa con un ruido paranoide y gutural. La piel es más elocuente.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Cielo de verano

Como cumpliendo el deseo infantil del niño que alguna vez fui, las nubes me ocultan de la inclemencia de un sol torpe y mezquino. con un pie descalzo en el césped, y otro pisando el cemento áspero, un viento sur me regala el mismo frescor que voy bebiendo, y lo voy escondiendo entre las tibiezas de mi memoria, para pensarlo y dejar de pensarlo por instantes, dejando que la penumbra dibuje en mi retina la última imagen de ese rostro temeroso y pensativo que me invita a tenderme entre los brazos de una ausencia minuciosa, saboreando con deleite el ansia.
En doce horas mutó el cielo, como un gesto afirmativo de la conclusión precisa del giro de las estaciones, y no hay extrañeza en estos signos, ni hay absurdo alguno en un verano sin estrellas, hay fulgores nocturnos y pluviosa furia contenida en un espacio tan pequeño como una sonrisa que nadie ve. Esa pequeña ventana hacia el infinito la voy arrastrando conmigo, y con el verbo conjugado en los tiempos raudos de tu presencia, lo convierto en una certeza aguda como las palabras que omites, y que adivino, y se desborda la infinitud por sobre los vacíos de lo perenne, como si el cántaro que te contiene no fuese suficiente. Y queda un rastro detrás de mi andar, que seguiré otra vez sin dudarlo, con ambos pies descalzos sobre el césped.

viernes, 11 de diciembre de 2009

En la cama

Espero un sonido que me despierte.
Y no hay nada.
Con el primer sorbo de los recuerdos me duele la cabeza, pero no soy cobarde.
Sería todo más fácil si creyera que lo sabías, pero la torpeza de tu ausencia me es imposible pensar que obedezca a un instinto sádico que a veces pareces intentar poseer.
Me sorprende la tarde con una náusea, pero debo seguir bebiéndote, quizás si me harto de ti en medio de los espasmos ya no quiera volver a sentir el sabor voluptuoso de la inconciencia.
Debería detenerme, aunque no hay nada que perder, un poco de tiempo más, quizás, una falsa esperanza, porque las falsas también son las últimas que se pierden.
Cuando el silencio se hace eterno, cuando la mañana se cierra sobre sí misma dejando apenas un resquicio de oscuridad dónde descansar la mirada, no hay otra cosa que la misma y espantosa mueca que has hecho tantas veces. No se porqué crei otra cosa, si era tan sencillo dejar que las palabras se rindieran dejando paso a la primitiva señal inequívoca de una omisión, o a la barbarie de una acción, un movimiento escapándose de entre la inmovilidad que acostumbro, dejando que se construyeran tantas imposturas, tanta vanidad típicamente humana, viendo perpetuidad donde solo hay una longeva e indecorosa senilidad.
Y para que todo se quiebre con un sencillo gesto instintivo, una bofetada animal.
Espero un sonido que me despierte, tu mano sacudiéndome el cráneo por última vez, para después volver a dormir.
Pero no hay nada.

Inerte

He dejado que una enfermedad sínica se vaya comiendo cada una de mis células, pero la mil veces maldita no me da el golpe de gracia.
Dando vueltas en círculos concéntricos, hartándome de polución, lavándome la cara con jugos gástricos, los días son imposibles y las noches duran más de diesiseis horas. Y vamos hundiendo la cara entre las sábanas avinagradas, que la hipocresía es signo de buen vivir, mientras nos envenenamos, oro en la mano, oro en la garganta. Es el bendito jarabe, remedio y cura, placebo inconsistente, incoherente, un poco de música, parco consuelo, un par de palabras de buena educación, que la alegría es mejor que cien píldoras.
La risa es como la etiqueta de un mal vino.
Hay ropa sucia mezclada con blancos hábitos, el agua sabe a orines, el tiempo se clava a la mitad de una semana, y mi cabeza es un espejo, a oscuras, mostrando siluetas, y una sonrisa blanca, brillante, burlándose de mis uñas negras.
Al final toda imagen es más debil que cualquier palabra. Los bufones tenían razón. No importa, si tengo hambre masticaré mis dedos.
Amargo epílogo que no acaba nunca, no estoy aferrado a una sobrevivencia estéril, no hay retorno sin viaje y ni un millón de frases me quitará lo último que retengo.
Lo que retengo. No lo recuerdo.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Preguntas Nº2 y 3

¿A qué hora termina el amanecer?
¿Y a qué hora comienza el ocaso?

Pregunta Nº1

¿Quién es más cadáver?, le dijo una fría y seria calavera a un puñado de bulliciosas flores.

Imaginario

En medio de este tiempo infernal, brotando desde cada poro un clamor furioso, curiosamente, llueve y hace frío. Hay niebla en medio de la tarde, graniza desde un cielo siempre despejado, vientos tormentosos azotan las ramas de los árboles no moviendo ninguna hoja, ni siquiera un milímetro.
Lluvia lenta y metódica erosionando la mugre de los muros, no saciando ninguna sed, bajo techo, sobre mi cama.
Si el agua corre tibia por las paredes, y estancándose se vuelve escarcha en mis pies, un poco más arriba ya es hielo crujiente, aire que parte la lengua en dos y que llena el rostro de pequeñas laceraciones supurosas. Lo peor es que no se pueden cerrar los ojos, y tragar saliva se vuelve un acto heroíco o de llana estupidez.

Estanterías de cristal

Colecciono cada una de tus pieles en estanterías de cristal. Las observo cada noche antes de dormir.
Y no hay silencio ni vacío en esta estancia intemporal, y todo recuerdo es extraño e impredecible.
Ordeno cada molécula de tu perfume mientras tarareo una melodía hermosa e imprecisa, como el par de horas en en donde todo alrededor era silencio, y emergía de entre tus labios un par de frases inmaculadas.
Cuidado con lo que preguntas, me dices, pero cada respuesta se graba en un libro blanco, que es la almohada donde duermo, en estanterías de cristal lo guardo cada vez que sale el sol, mientras los segundos se perpetuan después del mediodía.

lunes, 7 de diciembre de 2009

A tu salud

En un instante impreciso de lucidez vociferante, entre una copa y su siguiente, brindo a tu salud triste impostura espectral.
La desnudez de la palidez cadavérica de tu torso que intuí entre mis dedos, es golpe certero, categórico, a la pregunta que va empañando el cristal frío que hoy sostengo y si ambos llevé a mis labios alguna vez, solo este néctar libado en fraternal ausencia me da otra respuesta, mientras el silencio sella al silencio detrás del delgado velo de las pobres palabras que te dedico.
Y no habrá otro amanecer de plata en el que mastique mi vacua espera, ni otro infinito cosmos se quebrará en mil pedazos detrás de las cortinas, ni habrá reposo, nunca más, en el sosiego de las cenizas.
Que la fetidez de tus restos agusanados purifique el aire viciado de mi habitación, mientras el ave carroñera se alimenta de tus despojos, y si bien dulce habría sido arrebatarle un trozo, ya mi paladar no soporta el gris áspero, astringente, de tu carne muerta.
El último sabor que de ti retengo se desliza, a tu salud, lubricado con el polvo de mis zapatos, en mi débil conciencia alcoholizada, desde mi boca a mi garganta.

viernes, 4 de diciembre de 2009

2 letras

Una palabra de dos letras, cual cerradura que divide un pequeño espacio en dos más pequeños, me promete la sutil dulzura que no supe mendigar.
Y las cuerdas tensas van aflojando hasta convertir todo una única e informe masa, revolviéndose, girando en círculos absurdos, llenando hasta el más mínimo vacío con certezas ilusorias, y mi piel primero, luego el músculo, luego el débil palpitar, desaparecen dejando un leve pero persistente rastro, deslizándose en un frenesí carnavalesco hacia lo único cierto, hacia mi única verdad.
Escucho con las entrañas, y esa voz uniforme y placentera comienza a dividirse en un coro de lamentos y risas fúnebres, y el unísono se quiebra en millones de frases inconexas, en una multitud de deseos siempre frustrados, pero la compasión es una voz más, y otra la miseria, y un poco más allá el inerte sollozar se funde sensualmente con un ronquido insolente, y un poco más acá los suspiros son hermanos de sangre con las groserías.
En un acorde disonante quisiera ponerle a todo fin, con una palabra de dos letras me bastaría, y ya no se si quiero pronunciarla, o si quisiera oírla, otra vez, porque quizás sea la última vez.
Y si queda algo que rescatar, sería, también quizás, que por un instante a mi alrededor había paz, un espejo único que no reflejaba nada, un silencio arrullador, una mano sobre la cual reposar y la certeza de que no había un ayer, ni otro mañana.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

En el cruce

El límite impreciso, es un camino, tan delgado como uno de tus cabellos, entre lo terreno y lo divino, no es más que mi desvarío, que con elocuencia he tratado de enseñar. Pero no deja de ser más que una febril ilusión frente al demoledor argumento de que no es el tiempo lo que sobra, ni son las luces las que alumbran, ni son ni la carne, ni el hueso las que mueren.
Detrás de esa verborrea hay mas líquidas mentiras que sólidas verdades, que se encrespan azotadas por el susurro de una dulce y embustera soledad.
Y con cada marejada me voy erosionando hasta convertirme en un fino polvo disuelto en las aguas, tu sangre, que se estanca terca en mezquinos charcos, si hubiese un lugar donde las venas fluyeran les haría un corte profundo y visceral, que como una sangría dionisíaca, haría carnavales en medio de todas tus pieles. Y emanaría el néctar de tu propia e imaginaria vastedad en fuentes plenas de azules y platas, hasta llenar el aire seco hasta que se condensara tanto silencio en gotas de rocío púrpuras.
Pero no hay vacío dónde nunca hubo nada, no hay oscuridad en la penumbra, ni sombras en la noche más oscura.
Y otra vez me refugio en el penúltimo acorde estelar para rescatar del olvido el penúltimo suspiro, y dejarlo clavado en medio del camino, para que señale la senda que nunca cruzaste y que me atrevo con insolencia a dejar.

martes, 1 de diciembre de 2009

Sin título

Como un edipo extraño, fuera de lugar, me presenté frente a la esfinge en repetidas ocasiones. Y allí la criatura infernal me interrogó como siempre, entre acertijos. Y el consejo de otro edipo lejano, allá en el principio del tiempo, me volvió a la mente: miente.

Musa

A ti te hablo, pequeña indignación creciente, fútil devenir, tiempo recobrado, a ti te hablo cuando la boca se me ha cerrado, en medio del estruendo del derribo tantas aveces aplazado del monumento corroído y sanguinolento que otros han levantado, cimentado en las arenas húmedas, inestable como el soplido inquisidor de éstos últimos días, falso como mi fe, débil como el insulto raudo que se le escapa al que no conoce sino una imagen deforme en los espejos, como una grosería masticada en medio de un banquete preciosamente preparado, como saliva insolente en el cáliz, como la afrenta del cielo llorando en verano, como el iluso brote muriendo de sed en el desierto.
Y tanta fatuidad podría derribarme también, si tuviese los ojos también cerrados, si ignorase la inutilidad majestuosa de tanto turbio afán, si no intuyese que detrás y delante de cada hora, hay otra, y si fuese incapaz de ponerme de pie y mirar al sol a la cara sin pestañear siquiera una sola vez.
No soy otro.
Y si bien un rayo de sonrisa me parte el cráneo en dos, brotará de esa semilla germinante una frase más, y otra más, hasta que la sombra que la frondosa vegetación que cubra mis restos enfríe mis dedos y me suplique que me detenga, Y me detendré.
Entonces tampoco seré otro.

Herejía

Esta primera noche sin viento, sin siquiera una brisa, debería ser prólogo mas no epílogo de los conjuros con los que la llamo en medio de melodías desesperadas, porque la diosa, convertida en el más mínimo de los mortales, recorre lenta y porfiadamente un gólgota desprovisto de toda esperanza, inmisericorde.
No hay vinagre que humedezca su boca, ni lanza que me diga si sigue viva, pero no se ha rasgado velo alguno y ningún meteoro ha sido seña de su martirio.
Aquí, su único testigo, con los ojos vendados, y aunque quisiera poder estar en su lugar, aunque fuese un segundo, no soy mas que un triste discípulo que la ha negado mas de tres veces, y yo daría con daga vengativa un golpe de revés y arrancaría mil orejas, pero es su misma mano la que sana y la que detiene, la misma mano que acaricia y reprende, a mí, su único ciego testigo.
¡Y no elevaría plegarias malditas, ni desafiaría heréticamente al hacedor allá arriba en los cielos, a ese sínico idiota, si no me pidieses ser tu Judas!