domingo, 10 de enero de 2010

Porque recuerdo

Recuperando en el aliento un tibio recuerdo, con los ojos cerrados, mientras el viento arremolina tu aroma sobre mis párpados, había tan poco espacio entre los sepulcros, y me figuraba un triste testigo solitario de los tuyos; no había angustia sino reposo después del canto, contrito como un réquiem alcoholizado; la resaca era más olvido, falso, una sonrisa silenciosa después de un adiós perfectamente ignorado.
No hay razón para impedir que el paso que una vez advertí se convierta en franca caída, y menos aún que una soga me atrape el cuello, así, sostenido en el aire permanecería, onduleante, despierto. Hace mucho mi cuerpo golpeó el suelo y sigo aquí, esperando.
Con la certeza de la derrota no amainó el ímpetu ciego que guió cada palabra, cada acto y vendería mi alma otra vez, cada vez, como la primera vez, citando los mismos versos. Detrás de las cortinas no había secreto, te susurré también y me respondiste desde tu sueño tan levemente, tan sutilmente, que solo pude creerte en los míos.
Y te quedaste ahí.
Y te miro con los ojos cerrados y con los ojos abiertos.

lunes, 4 de enero de 2010

Océano

Me desespera la melancolía de tu silueta a contraluz en el ocaso, el misterio de tus suspiros contenidos, mientras un manto de tintas va cercándome, y aún así no quiero acercarme demasiado y prefiero esperar quieto, inmóvil, como un navío varado en tu orilla, mientras el oleaje va erosionando capa por capa mi piel de hierro.
Mientras el viento me de la razón azotando mi rostro, gritándome en los oídos cada sutil verdad ignorada, un leve gesto servirá de consuelo hasta que el sol ya no salga.
La memoria es mi testigo, girando en los cielos es más eterna que la débil persistencia del miedo. Sin embargo, cada estrella se refleja en el mar. Y sigues lanzando rocas por un acantilado, o buscando en las profundidades abisales un poco de luz tenue que guíe tus pasos de presa, hacia las mandíbulas del tiempo. Cada movimiento perturba la superficie deformando el espejo pero la quietud algún día volverá todo a su estado de apacible naturalidad y aunque ya no sea nada más que un frágil esqueleto de lo que alguna vez fui, o ya me haya deshecho fundiéndome con las aguas, aunque el rastro de mi existencia ya ni siquiera se pueda rastrear como una huella a punto de extinguirse, aún así seguiré ahí, esperando descubrir otra vez, cada vez, como la primera vez, el secreto que me insinúas en silencio.