Recuperando en el aliento un tibio recuerdo, con los ojos cerrados, mientras el viento arremolina tu aroma sobre mis párpados, había tan poco espacio entre los sepulcros, y me figuraba un triste testigo solitario de los tuyos; no había angustia sino reposo después del canto, contrito como un réquiem alcoholizado; la resaca era más olvido, falso, una sonrisa silenciosa después de un adiós perfectamente ignorado.
No hay razón para impedir que el paso que una vez advertí se convierta en franca caída, y menos aún que una soga me atrape el cuello, así, sostenido en el aire permanecería, onduleante, despierto. Hace mucho mi cuerpo golpeó el suelo y sigo aquí, esperando.
Con la certeza de la derrota no amainó el ímpetu ciego que guió cada palabra, cada acto y vendería mi alma otra vez, cada vez, como la primera vez, citando los mismos versos. Detrás de las cortinas no había secreto, te susurré también y me respondiste desde tu sueño tan levemente, tan sutilmente, que solo pude creerte en los míos.
Y te quedaste ahí.
Y te miro con los ojos cerrados y con los ojos abiertos.
No hay razón para impedir que el paso que una vez advertí se convierta en franca caída, y menos aún que una soga me atrape el cuello, así, sostenido en el aire permanecería, onduleante, despierto. Hace mucho mi cuerpo golpeó el suelo y sigo aquí, esperando.
Con la certeza de la derrota no amainó el ímpetu ciego que guió cada palabra, cada acto y vendería mi alma otra vez, cada vez, como la primera vez, citando los mismos versos. Detrás de las cortinas no había secreto, te susurré también y me respondiste desde tu sueño tan levemente, tan sutilmente, que solo pude creerte en los míos.
Y te quedaste ahí.
Y te miro con los ojos cerrados y con los ojos abiertos.