sábado, 22 de mayo de 2010

Marea baja

Detrás de las colinas hay ciclos. Círculos de tiempo regurgitándose, remasticándose, rumiándose.
Pero en la mar no hay ciclos, una única línea azul dividiendo el vacío de la muerte.
Hasta los bordes. Hasta el borde.
En las orillas húmedas no podían contenerse la niebla ni las arenas inquietas.
Un millón de susurros a gritos, tanto silencio contenido y de pronto un haz de luz quebrándose en mil pedazos, una caricia tibia en medio de la mañana. No habían, no habrán, más tardes ni más noches. No quedarán restos de hogueras, recuerdos de las danzas onduleantes de la hipcresía incandescente, chispas mendigantes lamiendo la carne estéril, combustible fatuo, prendiéndose chirreante y supurante, náuseas y escalofríos, una mueca contraída, la misma seña repetida.
Una luna invisible manteniendome en pie.
Una luna invisible, quizá imaginaria, derrumbándome.
Una luna invisible, quizá opaca.
Fuerza irresistible, ahí está lo evidente, y la evidencia explicitándose, es tan sutil y tenue el intento inútil de cerrar los ojos. Gravedad y sueño de corrientes arrastrándome.
No somos más líquidos porque no hay más materia de la cual sostenernos.
Pero, si a contraluz sostenías mi mirada hacía demasiado frío para que me percatara.
Y no se renuevan las esperanzas con la marea alta.
No se levantan mis sueños, se hunden en un mar sin ciclos.
Marea baja.