Soy un demonio de cuatro cabezas. Cada cara apunta a uno de los cuatro vientos.
Al norte te siento, reina de la miel, acercándote en una
danza suntuosa, arrastrando todo aroma que ha podido llamarse bello alguna vez.
Tu presencia atormenta mis siete mentes antes de que mi alma se llene de un
solo dulzor. Hasta las lágrimas huelen a ti. Retengo el aire y abro los ojos.
Al este te observo, vientre flor de loto, tus pétalos
alimentan y protegen las dos mitades de mi corazón. Déjame vigilar el manantial
que alimenta tu lecho. Cierro los ojos.
Al oeste te oigo, hija de las montañas, dando mil golpes,
con tus mil brazos portando mil armas, alimentando la tierra que sostiene tus
sagrados pies con la sangre de demonios y enemigos, dejando un espacio mínimo
para la compasión entre cada mandoble inmisericorde. Acuden la ira y la muerte
raudas devotas a tu llamada, gruñido a gruñido, alarido a alarido, aullido a aullido.
Escucha mi plegaria y llena mis pies de furia, bendice mi estandarte con el que
conquistaré la gloria en tu nombre sin que jamás gobierne temblor alguno mi
mano y sin que jamás tu fuerza abandone mi puño. Susurro tu nombre esta noche y
busco el silencio.
Al sur, pide mi mano tu tacto, mi frío cuerpo la calidez de
tu regazo, mi espectro suplica descanso y mi alma reposo, recitaré tu mantra
como responso y dejaré que me lleves.
Una a una, mis cabezas se volverán polvo mientras retengo el
sabor de tu piel.
Dormiré.
Pero mañana volveré a adorarte.