jueves, 29 de octubre de 2009

Sin título

Siento la aspereza de la soga en mi cuello, mientras pienso que la diosa jamás ha muerto.
Pero no miro atrás porque no existen los recuerdos. No hay nada que recuperar, y no hay nada ya que deba salvarse.
Y la ausencia de tu sacra existencia es la respuesta precisa, terrible, a mi ignorantes interrogantes.
Si no hay nada más allá del suicidio, más acá, mi alma no es más que un desvarío. Y mi cuerpo un cuenco vacío.
y te soñaba descubriendote, y quitando los amargos velos que cubrían tu bienamada, torturada, piel inmortal, te soñaba. Y las imágenes brotaban desde tu rostro, ese rostro que alguna vez creí soportar, y las melodías fúnebres que se confundían con tu voz, ahí, recien despierto, se iban apagando hasta convertirse en un leve, sutil, susurro, que podía oír aún cuando no te pensaba.
Y creí:
Que la distancia entre nosotros se iba haciendo más tenue con cada segundo que te retenía entre mis dedos.
Que había un humo subterráneo entre cada palabra omitida.
Que como el espectador silencioso y fugaz, que se detenía cada cinco segundos a escuchar que seguías respirando, era el más desdichado, y feliz, de los mortales.
Que podía retener tu sonrisa en mis manos y formar con ellas un monumento a la locura.
Y que me dejarías comprender los horrores que le narrabas a la oscuridad, y como vencías a crueles dioses, enfurecida, compasiva y fiel.
Ahora en la soledad de mi cuarto voy componiendo el acorde final en una pieza demoníaca que sabía que tarde o temprano habría de detenerse, sólo para saborear con delicadeza la vibración silenciosa que se va escapando como los últimos fríos en cada tarde de primavera.
La soga no es más que el preludio de un esapcio más infinito aún del que jamás soñé,y que por fuerza tú jamás conociste, y un afán insomne condenará el amanecer de plata a una infinitud de espacio entre las sábanas, emergiendo cada mañana mi cadáver de entre las sombras de tu ausencia. Lo más curioso es que jamás estuviste aquí.
Pero sigo siendo el mismo fanático que construyó los altares en donde con gusto sacrifiqué el vacío, mi única posesión, y que conciente ahora de que no existes, continuará estoicamente, absurdamente, heroicamente, estúpidamente, fingiendo que alguna vez tu espíritu llenó este lugar santísimo donde aún te conjuro, con plegarias ridiculizadas en mi persistente fe.
En medio de mi trance, justo en medio de mis mas intensas alucinaciones, mi piel se sigue erizando cada vez que imagino que me respondes.
Y si pidiera algo, sería poder imaginar otra vez tus labios sobre los míos, regalándome el valor que necesito antes de dejarme caer.
Porque alguna vez creí que sostendrías mis pies.
Ya es hora. Un suspiro. Ojos cerrados y sonrío.

jueves, 15 de octubre de 2009

Rechazo

Me quité los harapos silenciosos y supliqué a un dios licencioso, que la penumbra me permitiese disimular la imperfecta estampa que mi figura sombría a contraluz reflejaba en su mente curiosa, y enferma.
Y aún así, no ignoraba que su ignorancia sobre la mía, sería el preludio de este penúltimo fracaso.
Escogí la hora precisa, anunciada cada mañana de insomnio e inapetencia, señalada entre la escarcha y la cenizas, a medio camino entre el sopor y la euforia, y recorrí los escasos centímetros que nos separan con tiempo suficiente para saborear por última vez la dulce incertidumbre.
Y le hablé con la calma de los condenados, con la serena espera de quien anda por las calles grises cubierto de vestidos y calzado azules,
Invitándola a cenar detrás de una magnífica puesta de sol, va el ocaso respondiendo que no.
Mentiría si dijese que sabía que detrás del disfraz estaba desnudo, y me lo pidió por la afrenta, y el camaleón otra vez fue gris.
Un asomo de pudor se queda en el recuerdo, como una herida infecta.
Es un precio justo.
Pero mentiría también si dijese que ignoraba su respuesta franca, elegante, altiva.
La muerte es sibarita y esquivando invitaciones bien calculadas me devuelve a la mendicidad.

martes, 6 de octubre de 2009

Génesis

Eras una niña tan pequeña, tan frágil, y el cruel devenir del tiempo, y la sombra de la tradición te habían acercado a mí. Y te habían alejado de la cordura.
cumplías silenciosa todos los ritos, repetías sin cesar todas las costumbres, murmurabas quieta cada plegaría mientras yo simplemente te oía decir en cada instante la misma palabra.
Pero yo era un niño también, y la violencia de tu compañía me dejó desnudo y temeroso.
No había nada entre nosotros, ni siquiera un vacío.
Antes del último amanecer el insomnio se convirtió en mi hermano, y allí juré, en un pacto de sangre, que todo acabaría.
Ese día construí un altar y deposité en medio de inocentes ofrendas el ídolo de plata, labrado en secreto en noches eternas, en la fragua incesante del holocausto de mi cuerpo.
y brillaba como la luz estelar que antes adorabas, y ese brillo se depositó en tus ojos y en tu piel.
Ahora duermo y muero recordando la impostura, mientras me abrazas suspirando, y en el hálito frío de tu sosegada espera, lo voy olvidando.