viernes, 16 de abril de 2010

Tormenta

Sí. Se deslizaban los tiempos y los aires entre el oleaje, mientras el cráneo crujía haciendo ecos de los mástiles. Y se allanaban las pausas hasta convertir todo el silencio en una masa informe, húmeda, acumulándose rápidamente entre las tablas. Cabellos y nubes como espigas en la noche. Y había una hoz de miedo, de pánico, vientos norte y sur azotando mi frente somnolienta y marchita. Sí. Habían dedos largos y fríos a mi espalda, queriendo acariciar y lacerar, queriendo silenciar mis ojos. Y de otras latitudes me llegó un ulular lastimero, impotente, estéril, media sonrisa bastó para guardar todo eso en un ataud bajo mis lejanas tierras, y ni siquiera alcancé a terminar la primera frase de una plegaria. No pudo la lluvia alcanzarme. Hasta un poco después.
Sí. En una barca frágil me enfrenté a la tempestad y las alucinaciones invernales me llevaron hasta los abismos y las estrellas. Se partía la piel congelándose en paciencias, en calmas, y no había nada de que asirse para no naufragar. Sí. En esos mares de la debil luz me guió hasta encontrar el sosiego, y las iras como torbellinos me alejaban de las costas.
Sí. De pie en un débil madero, que como un vestigio ruinoso de otras épicas se mantiene en su porfía a flote, lleno mis pulmones de humos y cenizas antes de saltar.
Sí. Aunque no sepa nadar.