martes, 6 de octubre de 2009

Génesis

Eras una niña tan pequeña, tan frágil, y el cruel devenir del tiempo, y la sombra de la tradición te habían acercado a mí. Y te habían alejado de la cordura.
cumplías silenciosa todos los ritos, repetías sin cesar todas las costumbres, murmurabas quieta cada plegaría mientras yo simplemente te oía decir en cada instante la misma palabra.
Pero yo era un niño también, y la violencia de tu compañía me dejó desnudo y temeroso.
No había nada entre nosotros, ni siquiera un vacío.
Antes del último amanecer el insomnio se convirtió en mi hermano, y allí juré, en un pacto de sangre, que todo acabaría.
Ese día construí un altar y deposité en medio de inocentes ofrendas el ídolo de plata, labrado en secreto en noches eternas, en la fragua incesante del holocausto de mi cuerpo.
y brillaba como la luz estelar que antes adorabas, y ese brillo se depositó en tus ojos y en tu piel.
Ahora duermo y muero recordando la impostura, mientras me abrazas suspirando, y en el hálito frío de tu sosegada espera, lo voy olvidando.

1 comentario:

Andrés Ibáñez Carrillo dijo...

Desamores, desamores... Me huele a desamores.

¿Y siempre son así tus despedidas?