martes, 29 de julio de 2014

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Ciertas noches cerramos los ojos para alzar la vista al cosmos.
A veces creemos poder oír la música atávica que ilumina los salones celestiales, sintiendo como el vacío informe en su voracidad repleta el espacio entre dos motas de polvo suspendidas en el tiempo, titilando en los ecos de esa luz primigenia, deslizándose ente los grises de un sincopa secreto.
Siendo sólo trémulos espectadores del vals ancestral, a lo lejos en un infinito informe, la piel roza las mareas de calidez emanadas por cataclismos inconmensurables, para que la carne se desintegre y ya no sea ni ceniza.
Pero quedan los espectros viajando sin nada a qué aferrarse, viajando sin rumbo, viajando sin origen ni destino.
Viajando sin moverse, estáticos en un fluir demasiado intenso.
Y en el éxtasis de un suspiro contenido, el cosmos nos observa en silencio para no perturbar nuestro dormir sin sueños.

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