jueves, 17 de diciembre de 2009

Cielo de verano

Como cumpliendo el deseo infantil del niño que alguna vez fui, las nubes me ocultan de la inclemencia de un sol torpe y mezquino. con un pie descalzo en el césped, y otro pisando el cemento áspero, un viento sur me regala el mismo frescor que voy bebiendo, y lo voy escondiendo entre las tibiezas de mi memoria, para pensarlo y dejar de pensarlo por instantes, dejando que la penumbra dibuje en mi retina la última imagen de ese rostro temeroso y pensativo que me invita a tenderme entre los brazos de una ausencia minuciosa, saboreando con deleite el ansia.
En doce horas mutó el cielo, como un gesto afirmativo de la conclusión precisa del giro de las estaciones, y no hay extrañeza en estos signos, ni hay absurdo alguno en un verano sin estrellas, hay fulgores nocturnos y pluviosa furia contenida en un espacio tan pequeño como una sonrisa que nadie ve. Esa pequeña ventana hacia el infinito la voy arrastrando conmigo, y con el verbo conjugado en los tiempos raudos de tu presencia, lo convierto en una certeza aguda como las palabras que omites, y que adivino, y se desborda la infinitud por sobre los vacíos de lo perenne, como si el cántaro que te contiene no fuese suficiente. Y queda un rastro detrás de mi andar, que seguiré otra vez sin dudarlo, con ambos pies descalzos sobre el césped.

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