miércoles, 2 de diciembre de 2009

En el cruce

El límite impreciso, es un camino, tan delgado como uno de tus cabellos, entre lo terreno y lo divino, no es más que mi desvarío, que con elocuencia he tratado de enseñar. Pero no deja de ser más que una febril ilusión frente al demoledor argumento de que no es el tiempo lo que sobra, ni son las luces las que alumbran, ni son ni la carne, ni el hueso las que mueren.
Detrás de esa verborrea hay mas líquidas mentiras que sólidas verdades, que se encrespan azotadas por el susurro de una dulce y embustera soledad.
Y con cada marejada me voy erosionando hasta convertirme en un fino polvo disuelto en las aguas, tu sangre, que se estanca terca en mezquinos charcos, si hubiese un lugar donde las venas fluyeran les haría un corte profundo y visceral, que como una sangría dionisíaca, haría carnavales en medio de todas tus pieles. Y emanaría el néctar de tu propia e imaginaria vastedad en fuentes plenas de azules y platas, hasta llenar el aire seco hasta que se condensara tanto silencio en gotas de rocío púrpuras.
Pero no hay vacío dónde nunca hubo nada, no hay oscuridad en la penumbra, ni sombras en la noche más oscura.
Y otra vez me refugio en el penúltimo acorde estelar para rescatar del olvido el penúltimo suspiro, y dejarlo clavado en medio del camino, para que señale la senda que nunca cruzaste y que me atrevo con insolencia a dejar.

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