domingo, 23 de agosto de 2009

Sordo

El tiempo pasa cada vez más lento con cada paso que me aleja de tu adiós.
Había una anciana recriminando a un niño, a tu derecha, y a la izquierda, tres árboles besando tu cabello.
Sólo una nube cargada de cenizas trataba inútilmente de ocultar el sol. Dos palomas grises revoloteaban a cinco metros de ti, quizás seis.
Un muchacho mal humorado reñía con su sombra, justo detrás de ti, y garrapateaba improperios en una libreta negra.
La tarde olía a funeral, y la humedad de una tenue llovizna matutina abría el apetito.
La brisa me susurraba una canción olvidada, y mis pestañas se cargaban del polvo que cubría cada superficie regalándole una estética de ancianidad a pre púberes estructuras a medio terminar.
Tres colillas de mi propiedad se sumaban a las veinticuatro que pude contar, en el piso, en el espacio en dónde me decías que ya no más, entre el límite norte de tu culpa y el límite sur de mi incredulidad.
Oia a dos amigas relatarse mutuamente un día domingo, a mis espaldas, y la risa forzada e hipócrita de un bien vestido fabricante de mentiras, tambaléandose malherido por una voz que jamás pude escuchar.
La pálida ridiculez de mi rostro negándose a entender se reflejaba en tus anteojos oscuros, que no podían ocultar, por cierto, su virulento cinismo.
Había más espacio entre mis labios y tu mejilla que el que crece con cada paso que me aleja de tu adiós.

No hay comentarios: