martes, 11 de agosto de 2009

Interrogatorio

Júbilo detrás de tus ojos cerrados.
La sangre se niega a abndonar mi rostro, desnudo por primera vez, las evidencias están sobre la mesa: dedos intentando tocarme, un ceño ligeramente fruncido, espectación en el aliento.
Dices más de lo que quieres, y mientes, no soy ni quiero ser el culpable de la miseria que me muestras. Imágenes retratando a un morboso espectador. Carne marchita, bolsas de papel usadas, vacías, basura acumulandose en mis retinas.
Fluyes, fluctuas, marea incontenible, tu cordura es la seña de que no temo. Y la persistente e infatigable paciencia de tu tarea merece todo mi respeto, y mi desprecio. Metódica, perseverante, como un cáncer, mañana te detendrás un instante y dudarás, sinceramente dudarás de lo que hoy me dices. Porque mientes, y la causa de tu falsedad está sentada fente a tí llorando una falsa culpa.
Porque podría, por eso me odias, porque soy capaz. Y la horrible posibilidad es a lo que más temes, porque no me detendría y renunciarías frente a mi indetenible ira.
Pero no me temas, estoy de tu lado, esta vez, y en un juego sucio y maquiavélico como un mártir sostendré tu decadencia, cuando rueges que perdone tu insolente apuesta. Y no lo haré, porque no es de ti ni de mi de quien el verdadero asesino se ríe, sino de nosotros.
Genio infantil que me muestras que todo es tan brutalmente inútil, tan redundantemente absurdo.
Júbilo detrás de tus ojos cerrados.
La verdad danza inalterada frente a nuestros ojos, y la ignoramos tan inocentes e ingenuos como las víctimas de nuestro mutuo verdugo, santo sacerdote cubierto de áuras, terribles como lo real, oscuras como lo tangible.
Respiración agitada, temblor de manos. Y tu ridícula fe me repite hasta el cansancio: firma, firma, como una plegaria irrelevante que con los años ha perdido su significado.
Y eso hago: firmo mi confesión.

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