viernes, 7 de agosto de 2009

Sed

Puedo esperar, como las olas esperan que las rocas se vuelvan arena.
Forman en su febril insistencia un canto eterno.
Pero me extraña ver cómo se van deshaciendo los silencios, castillos frágiles tratando de conquistar la inmortalidad,
Todo huele a sal.
Y el viento va erosionando una resistencia inútil, en el fondo, todos somos ancianos.
Muy en el fondo niños, dejando huellas perennes, tratando de aligerar el paso, es difícil correr sobre una humedad inquieta, que viene, y se va.
Como niños ancianos, recordando estúpidamente cada ocaso moribundo, esperando la noche, la tibieza acogedora de un final, en un suspiro.
Alta mar, todo huele a sal.
Y si viajar después de toda rutina es la respuesta natural, sigo preguntándome entonces porqué no hay barcos con alas.
Barcos hundiédose en un mar de lava.
Sigo esperando sonidos, un tono espeso, o un crujir de mástiles, soñando despierto que no estoy sentado a la orilla de tu cuerpo.
Cuando despiertes seguiré ahí, alimentando tu muerte, mirando atrás.
Océano de sal.
Estatua de sal.

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