jueves, 26 de noviembre de 2009

Grises

Detrás de la cortina de humo delante de los rostros.
El resuello en la primera hora deposita cenizas sobre las repisas, y sobre tu piel, y el soplido que la vuelve cetrina, es también gris.
Cruel y vano, el tiempo, señorío sobre el pequeño pedazo de cielo que se adivina entre los pliegues de la delgada tela que te cubre.
La tibieza insoportable, y el sopor, la humedad inquietante, la alarmante espera, los ecos en medio de los muros vacíos, la vastedad de la desnudez de la memoria, los murmullos acallados en medio de esos ecos, un poco de luz amarilla, un poco de luz blanca, dos rayos de fatuidad convirtiéndose en uno solo.
Un montón de basura en los bolsillos de un traje perfecto y una sonrisa de ocasión (no hay peor ciego que el que quiere ver), como marco perfecto del primer brindis de bilis; el tintineo de las copas se desliza creciente, hasta convertirse en el anuncio sísmico que pretende ser, pero desvaneciéndose sutilmente en una falsa alarma...
Ego, bestia dormida, sigue ocultando el gris iris, mientras te mastico, te trago y te regurgito mordisco a mordisco.

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