Si me impidiera la lobreguez de una duda recuperar la plenitud de los vacíos sabría que es momento de acariciar la espesura del silencio, y entregarme a ser faenado.
Pero me libran del inútil afán una sonrisa o la sutileza de una ausencia.
Por eso se aquietan los temblores de mis manos sosteniéndome.
Por eso espero sin calma que vuelvas.
miércoles, 31 de marzo de 2010
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