jueves, 15 de octubre de 2009

Rechazo

Me quité los harapos silenciosos y supliqué a un dios licencioso, que la penumbra me permitiese disimular la imperfecta estampa que mi figura sombría a contraluz reflejaba en su mente curiosa, y enferma.
Y aún así, no ignoraba que su ignorancia sobre la mía, sería el preludio de este penúltimo fracaso.
Escogí la hora precisa, anunciada cada mañana de insomnio e inapetencia, señalada entre la escarcha y la cenizas, a medio camino entre el sopor y la euforia, y recorrí los escasos centímetros que nos separan con tiempo suficiente para saborear por última vez la dulce incertidumbre.
Y le hablé con la calma de los condenados, con la serena espera de quien anda por las calles grises cubierto de vestidos y calzado azules,
Invitándola a cenar detrás de una magnífica puesta de sol, va el ocaso respondiendo que no.
Mentiría si dijese que sabía que detrás del disfraz estaba desnudo, y me lo pidió por la afrenta, y el camaleón otra vez fue gris.
Un asomo de pudor se queda en el recuerdo, como una herida infecta.
Es un precio justo.
Pero mentiría también si dijese que ignoraba su respuesta franca, elegante, altiva.
La muerte es sibarita y esquivando invitaciones bien calculadas me devuelve a la mendicidad.

1 comentario:

Andrés Ibáñez Carrillo dijo...

Y simplemente así debe ser. El último día, la última hora. ¿Cómo más podrían llegar? Lo turbio no es el instante descrito, sino lo que podría venir después, una vez esquivado el momento. Lo turbio sería la luz que traspasa los párpados en cada mañana y que nos aturde, fingiendo despertarnos. No hay ni una sola razón para no querer dejar de ser, y en el txto me ha quedado claro. Y advertir eso es un despertar sincero, porque todo el resto es la carne; la misma que se pone sobre el plato a las 2 de la tarde.